El cómico Louis C.K. comentó hace años, en relación a la tecnología, que en el mundo actual “todo es asombroso y nadie está contento”. Estamos tan acostumbrados a vivir con la tecnología, e incluso tan saturados por sus efectos negativos, que a veces cuesta trabajo detenerse y mirar alrededor con ojos frescos. Quizá eso explique lo que me sucedió el otro día, en mi primer viaje por motivos laborales en Ave.
Los prolegómenos fueron tan estresantes como en cualquier viaje de trabajo. Madrugón, atascos, angustia ante el reloj… Tras la llegada a la estación, un control de seguridad afortunadamente ágil y la bajada por las escaleras mecánicas. Y según bajamos, de pronto, lo veo por primera vez.
De pequeño era muy aficionado a la ciencia ficción, y parte de mí aún conserva ese llamado “sense of wonder”, sentido de la maravilla, ante prodigios de la tecnología con los que convivimos a diario sin darle mayor importancia. Quizá eso explique mi asombro ante la visión, casi alienígena, de la locomotora del Ave que aparecía ante mí según descendía hacia el andén. Una silueta afilada, de curvas suaves y luces como ojos rojos, que parece surgida de una portada de novela “pulp” de los años 50. Un objeto grácil del futuro, destacando entre el cemento y hierro de la era industrial del resto de la estación.
Parte de mí aún conserva ese llamado “sense of wonder”, sentido de la maravilla, ante prodigios de la tecnología.
Me quedo parado un instante al pie del andén, contemplando una vez más el tren ante mí. El resto de pasajeros pasan de largo, indiferentes. Me viene a la mente esa cita futurista de Marinetti que tantos estudiamos en clase de literatura en el instituto: “un automóvil es más bello que la Victoria de Samotracia”.
El resto del viaje es igualmente cotidiano. O igualmente asombroso, según como se mire. Vamos sentados leyendo absortos la prensa, o atentos al último linchamiento en las redes sociales, o pensando en los problemas que nos aguardan en el trabajo a la llegada. Mientras, el paisaje pasa ante nosotros a casi el triple de la velocidad que en un viaje en coche. En apenas tres horas estoy en mi destino.
Me siento tentado de contarle esto a mis anfitriones, pero me viene a la mente la imagen de Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mí”, con su boina y sus gallinas llegando al aeropuerto, y temo dar precisamente esa imagen ante ellos. Después de todo, el Ave lleva funcionando ya 25 años, y es parte de nuestra cotidianidad. ¿Quién se asombra del Ave a estas alturas? Bueno, a mí me asombró, por un instante. Es en el fondo el viejo dilema entre el cinismo y la ingenuidad, el estar de vuelta o ver las cosas de nuevo con los ojos de un niño. Y por un momento, en el andén y entre viajeros apresurados, me sentí transportado a las novelas de mi infancia.
Paulo Jan es Realizador Audiovisual en La Burbuja Producciones / @LaBurbujaProd
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