Entro en mi oficina y enciendo el ordenador. Este siempre ha sido para mí sin lugar a dudas el momento más duro del día. Cuando suena el despertador me desperezo, me sumerjo bajo una tibia lluvia en la ducha, saboreo un aromático café y voy caminando hasta mi trabajo que está a unos cuantos kilómetros de casa. Todo esto me da un tiempo de actividad suave en la que mis neuronas se van conectando poco a poco hasta llegar a su capacidad óptima.
Desde que comienza mi jornada laboral hasta que finaliza mi mente no se puede permitir demasiadas pausas. Pero hoy es un día especial. Hoy mi agenda está mucho más ligera que de costumbre. Simplemente tengo que rematar varios temas y dejar algunas cosas preparadas para mi próximo día de trabajo que será después de haber disfrutado de unas bien merecidas vacaciones.
Para los amantes del mar que vivimos en el centro de la Península este es un día memorable. En unas pocas horas tomaré mi tren y al llegar a mi destino, nada más pisar el andén el azul turquesa del agua de la Bahía de Cádiz inundará por completo mis retinas y notaré en mi piel las brisas que siempre recorren estas tierras trayendo aromas de sal y flores.
Desfilarán por mi mente los recuerdos de todas las vacaciones que desde mi infancia he disfrutado con la familia. Todos y cada uno de ellos volverán a mi memoria , los que están y los que ya se fueron.
Mañana a esta misma hora, en vez de encender mi ordenador, me pondré mis zapatillas y me iré a mi playa preferida. Somos pocos los que disfrutamos del aire fresco de la mañana. Paseo por una orilla serpenteante y en continuo movimiento que divide mi campo de visión en llanuras de arena blanca y aguas cristalinas. Me cruzo con algunos madrugadores que como yo optan por la tranquilidad de estas horas tempranas para pasear o hacer algo de ejercicio. Luego un poco de relax, algo de lectura y para cuando las sombrillas empiezan a colonizar tímidamente el horizonte yo repliego mis velas y vuelvo a casa.
El día transcurre envuelto en una calma tranquila y regeneradora. Al atardecer vuelvo a sumergir mis pies en esa arena aterciopelada y en esa espuma salada. Estas son unas tierras que ofrecen tal variedad de paisajes en sus costas que permiten disfrutar cada jornada de una puesta de sol diferente, a cual más espectacular.
Y así, después de unos días recorriendo la Torre del Puerco, Las Calas de Conil, Los Alemanes, Zahora, Valdevaqueros, las piscinas de Bolonia, El boquerón y tantas otras, me bajaré del tren de regreso a casa con fuerzas renovadas y sabiendo que al día siguiente podré encender mi ordenador y comerme el mundo.
Texto y Fotografías: Sonia Martínez Jiménez es Fotógrafa, Escritora y Viajera.
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