La localidad pontevedresa de Baiona o Bayona, que tanto da una denominación como otra, es una villa que vive hacia el mar, y donde el Atlántico gallego se muestra en todo su esplendor. Quizás esa realidad marina fue la que hizo que precisamente ese punto de la costa española sirviese para la llegada de la Pinta el 1 de marzo de 1493, y que se conociese por primera vez que se había descubierto un Nuevo Mundo. Y así lo recuerda el Azulejo de la Arribada, conocido como “el monumento de encuentro entre dos mundos”. Hay una reproducción de la embarcación que se puede visitar.
Recorrer el Paseo Marítimo de unos cinco kilómetros es lo primero que se debe hacer al llegar a esta ciudad, para poder observar con detenimiento y amplitud su hermosa bahía, y, ¿quién sabe? si parar, para degustar un buen desayuno en algunos de los bares que se ofrecen al visitante en ese camino, y prepararse para el recorrido.
La visita se puede comenzar de muchas maneras. Tras el paseo junto al mar, nada mejor que imbuirse en el casco viejo, donde las calles se estrechan y la piedra se convierte en protagonista, allí están las principales casonas y los más importantes recuerdos del pasado. Si en lugar del desayuno, se quiere tomar el aperitivo, ¡que ya es la hora¡, pues por el casco antiguo se pueden encontrar multitud de tabernas donde hacerlo, o si se quiere comer, hay donde elegir un buen marisco gallego a buen precio.
Pero, volvamos a la visita, a lo que se puede y debe verse. No puede irse de Baiona sin conocer, por dentro y por fuera la parroquia de Santa María, de estilo románico y, como no debe de ser de otra forma, de aspecto fortificado, edificada en el siglo XIII. Está divida en tres naves. En su fachada principal hay un rosetón románico, luminoso cuando el Sol incide en él y multiplica la luz que llega a su interior. También es muy aconsejable acercarse hasta el monte Sansón, donde se encuentra la imagen de la Virgen de Roca, de 15 metros de altura, que demuestra una vez más el motivo de que se habla de Baiona de una villa marinera, pues la Virgen tiene en sus manos una embarcación. Y continuemos…
Sergei Gussev / VisualhuntAhí está presente el castillo de Monterreal, llamado así en homenaje a los Reyes Católicos. Se trata de una fortaleza del siglo XII, que recibió diversas reformas y mejoras en el XVI. También se la conoce históricamente como la Fortaleza del Monte Boi. Fue un enclave fundamental contra los ataques de piratas a las costas de las Rías Bajas. Se cuenta, sobre todo, la defensa que hizo desde ese enclave, Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar, contra el pirata Francis Drake. En este edificio singular se encuentra ubicado el Parador de Turismo, que recibe el nombre de ese noble español. Se puede subir andando o en coche, a gusto del visitante. Si no se está alojado en el establecimiento hotelero hay que pagar un euro, en el primer caso, y cinco en el segundo. Pero de una forma u otra, merece la pena recorrerlo.
A la entrada está la Torre del Reloj, donde estaba ubicada una campana para avisar a la población cuando se veía en el horizonte alguna embarcación sospechosa, con el fin de alertar y preparar la defensa. Curiosamente algo parecido ocurrió cuando se vislumbró que entre las aguas se veía unas velas cuadradas que se aproximaban. Una salva de pólvora avisó a la carabela que no se acercase más, hasta que mostrase cuales eran sus intenciones. En respuesta el navío lanzó también otra salva antes de enarbolar los emblemas de los Reyes Católicos, y lo que había sido alarma, se convirtió en fiesta, y aun más cuando se anunció el logro alcanzado.
También son interesantes sus torres de vigilancia, la de la Tenaza que defendía el puerto mediante sus baterías, y, sobre la bahía está la del Principe, que actuaba, además, como faro. Las murallas que se pueden recorrer, permiten tener una vista magnífica de Baiona en su conjunto, y del profundo océano que se abre hacia el infinito.
Aquí hay dos vistas maravillosas. Por un lado, en días claros, las Islas Cíes que se yerguen con toda su magnificencia allá donde agua y tierra se vuelve a unir por unos instantes, y de las que se dice que “Dios, cansado de la Creación, decidió descansar el séptimo día, apoyándose sobre la Tierra. Una de sus manos lo hizo sobre Galicia, apareciendo así las rías y las Islas Cíes,dejando allí como recuerdo un pedazo de cielo”.
Por otra parte, desde el castillo, desde alguna de las terrazas del Parador, o desde las murallas, se puede disfrutar de una puesta de Sol única, indescriptible, que sobrecoge por su belleza, al ver cómo incide el astro rey sobre el agua atlántica, y poco a poco, con mucho decoro y sencillez se va ocultando bajo ella.
Texto: J. Felipe Alonso es Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.
Fotografía portada: Sergi Gussev / Visualhunt
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