Situado en la zona noble de la “muy noble” ciudad de Almagro, es decir en su Plaza Mayor, donde parece que el tiempo se ha detenido, y donde, pese a algunas reformas iniciadas en el siglo XVI, se respira, aún, su carácter medieval. Galerías acristaladas, pasajes porticados que se distribuyen a lo largo y ancho de la misma. El Palacio Maestral, el Ayuntamiento, y…, sobre todo, allí, casi sin llamar la atención el Corral de Comedias que mantiene su estructura del siglo XVII.
Único, ubicado en lo que antes era un mesón, una posada, conocida como Mesón del Toro, y durante el siglo XIX Posada de la Comedia, se construyó sobre el año 1628, precisamente como ampliación de ese mesón o posada. Curiosamente como ocurre con otras magníficas obras históricas de este país, tuvo que pasar por diversas vicisitudes hasta poder ser reconocido como lo que realmente es, “una joya única en el mundo”. Hay que tener en cuenta que “gracias” a la labor de la Iglesia que acusaba a los corrales de comedias de presentar espectáculos profanos, de carecer de servicios, de producir desórdenes… en el siglo XVIII se prohibieron, y de hecho el establecimiento teatral que nos ocupa pasó a ser de nuevo mesón, con el nombre de Mesón de la Fruta, y posteriormente en ya indicado Posada de la Comedia.
Es muy curioso cómo se han conservado en este país muchas de estas construcciones, y otras similares, que no eran destinadas al teatro, y comprobar cómo se ha hecho en otros países. Como ejemplo, y sin ir más lejos por aquello de lo coetáneo de Shakespeare y Cervantes, y de otros literatos y dramaturgos españoles, el famoso Teatro del Globe, londinense.
Y una vez más, la casualidad hizo que se reencontrase la “joya”. Corría el año 1950 cuando el dueño de la posada haciendo unas obras encontró una baraja de cartas pintada a mano fechada a principios del siglo XVIII. Puso el hallazgo en conocimiento de las autoridades, y fueron buscados documentos de tiempos pasados, encontrándose, ¡oh casualidad¡ que allí había existido un corral de comedias. Se iniciaron las obras de búsqueda y se encontró un escenario prácticamente intacto. El resto del antiguo teatro se encontraba muy parcelado entre diferentes casas, que fueron expropiadas, para que en 1952 se pudiese inaugurar el corral de comedias.
Cruzar la puerta desde la Plaza Mayor es enfrentarse con la historia, con la tradición, con el Siglo de Oro de la Literatura Española. Ahí está el patio rodeado de 54 pies de madera de color almagre, es decir de arcilla rojilla, de donde se apunta que arranca el nombre de Almagro, apoyados sobre una base de piedra. Desde el centro del escenario se puede vislumbrar los dos pisos que lo conforman. En los dos laterales, los estrados o gradas, ocupados por los principales asistentes, y en el patio el resto, la gente llana.
Hay que sumergirse en él, recorrerlo no sólo con la vista, sino también con el espíritu. Con ese espíritu que todos los años, en verano, se desarrolla el Festival Internacional de Teatro, que vuelve a poner de manifiesto que este tipo de recintos eran idóneos para las representaciones, manteniendo una sonoridad propia de los teatros romanos, de los que también tenemos buenos representantes en España.
Pero, ya que hablamos de Almagro, bueno será decir que se trata de una población muy interesante, que ofrece posibilidades de admirar muchos más edificios nobles, muchos más recuerdos históricos. Desde el convento franciscano que ocupa actualmente el Parador de Turismo, hasta la Plaza Mayor, callejeando por alguna de sus apretadas calles, se puede apreciar la obra que siglos atrás llevaron a cabo los miembros de la Orden de Calatrava, “ora monjes, ora guerreros” que dispusieron de Almagro como de una de sus principales sedes. En el siglo XIII era la cabecera de esta orden de caballería, desde donde gobernaban el Campo de Calatrava, al sur de la población con el impresionante castillo ubicado frente a la Sierra Morena, baluarte de defensa cristiana contra Al Andalus.
Y si en ese paseo ven alguna antigua construcción con alguna raja en su fachada, se trata de un recuerdo del famoso terremoto de Lisboa del siglo XVIII, cuya fuerza fue tal, se considera uno de los de mayor escala de Ritchter, que llegó a afectar, gravemente a esta y otras poblaciones españolas de la comarca ciudadrealeña extremeña.
También en alguna de esas calles se puede ver algo también típico de Almagro. Alguna vecina sentada a la puerta de su casa tejiendo encaje de bolillos. O el ofrecimiento de alguna de poder probar y adquirir las famosas “berenjenas”, un placer para el paladar.
Pero de gastronomía y de otras cuitas, como de las proximidades que visitar, las Tablas de Daimiel, o de uno de los grandes exploradores y conquistadores españoles, Diego de Almagro, es cuestión de hablar en otro momento. Ahora lo que hay que hacer es disfrutar de esa joya que tuvo que estar escondida dos siglos para mostrar a todos su esplendor.
Texto: J. Felipe Alonso es Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.
Fotografía portada: Salomé Bielsa/ VisualHunt
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