Preparo mi pequeña mochila como si de un viaje al fin del mundo se tratara. Serán unos pocos días pero espero mucho de ellos. He visto, oído y leído muchas historias sobre el Camino de Santiago. Ahora me toca vivirlas a mí. No soy una experta en viajes de este tipo. Llevar encima todo lo que en principio necesitaré es toda una tarea adivinatoria. Supuestamente, el peso de mi equipaje no debería superar más de un 10% de mi peso corporal, menos de 6 kilos. Eso me obliga a valorar la necesidad de cada una de las piezas elegidas. Finalmente parece que lo he conseguido.

En la estación me cruzo con una multitud que anda ligera hacia un destino concreto y automatizado como todas las mañanas. Mi destino es bien diferente. Comenzaré a recorrer el Camino del Norte en Irún. Pretendo recorrer la distancia que me separa de Bilbao, pasando por San Sebastián, Zarautz, Deba, Markina, Gernika y Lezama. Aproximadamente 160 km en 6 días que me darán para andar, descubrir, fotografiar y disfrutar de una experiencia que no me quería perder.

Así que aquí estoy, con mariposas en el estómago y una tímida sonrisa en la cara. Acomodada en mi asiento miro a través del cristal cómo el tren avanza acercándome cada minuto más a mi punto de partida.

Cuando faltan pocos kilómetros para llegar suena mi móvil y para mi sorpresa en la pantalla aparece un mensaje de mi trabajo. Contesto cortésmente y me despido hasta mi vuelta. Inmediatamente lo apago y solamente lo encenderé unos minutos cada noche antes de meterme en mi saco para mandar un te quiero a los que quiero.

Me he informado de cuál es el recorrido con todo lujo de detalles pero ahora solo sé que tengo que llegar al puente de Santiago que hace de frontera entre España y Francia y que es el punto de inicio de mi aventura.

Empiezo a andar con energía. Desaparecen mis mariposas y mi sonrisa me inunda por completo. La flecha amarilla me acompaña todo el camino, unas veces aparece dibujada en una piedra, otras en un árbol, otras en un poste de la luz, o en una esquina. Y cada vez que la veo siento que voy por buen camino.

En el albergue me sorprende lo fácil que resulta compartir un espacio con desconocidos cuando ellos también llevan una sonrisa en la cara y tu misma dirección

Amanece y llega el momento de ponerse nuevamente las botas. Me tomo las cosas con tranquilidad. Algunos salen andando juntos y charlando sobre los planes para hoy. Yo escojo andar sola y mi único plan es seguir hacia adelante.

El camino es impresionantemente hermoso y no quiero perderme nada. Se suceden bosques, helechos, calzadas romanas, prados infinitos, acantilados, rampas vertiginosas, caseríos, playas… Estas tierras poseen una belleza tan intensa que no dejará de sorprenderme en todo el camino.

Con el paso de los días en las paradas para reponer fuerzas a lo largo del camino o al llegar al final de cada etapa voy coincidiendo con los mismos compañeros. Compartimos una agradable sobremesa en el jardín del albergue de Orio, una sidra con un pintxo de antxoas en pan de cristal en alguna de las  tabernas de Getaria, una puesta de sol espectacular en Zarautz o un  merecido descanso protegiéndonos de la lluvia  en una vieja cuadra contemplando el Valle de Olatz.

Y así, casi sin darme cuenta, observo desde  lo más alto del monte Abril la ciudad de Bilbao. Recorro sus calles con la sensación de haberme transformado a lo largo de estos pocos días, de estos caminos y de estas soledades en una versión un poco mejorada de la que hace unos pocos días se bajó del tren en la estación de tren de Irún.

Texto y Fotografías: Sonia Martínez Jiménez es Escritora, viajera y fotógrafa.

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