Dos torres construidas sobre una colina para detener el avance musulmán por tierras castellanas, parece que pudo ser el origen de una de las ciudades imperiales, no solo por su importancia histórica, sino por su contenido. Burgos, quizás de origen romano, pero de realidad cristiana, ofrece al visitante una exposición ardua de su riqueza regia.
Se puede comenzar un recorrido por la ciudad de muchas formas, pero quizás la más sencilla e impresionante a la vez, es la que se comienza tomando como punto de salida la catedral, ya que sus agujas que se pueden observar desde el horizonte incitan a saltarse todo lo demás para acudir hasta ella.
Nos centramos, pues, en la plaza que ocupa tan singular edificio. Conviene parpadear un par de veces para tener una visión real de lo que se tiene frente a frente, y darse cuenta de que no es un sueño, que es una de esas joyas que pululan por el país y que muchas veces, este no es el caso, no están atendidas como merecen.
Iniciada su construcción en el año 1221, fue concluida en el 1260. Al gótico inicial, se han ido uniendo, en su interior, elementos del renacimiento y del barroco, poblando la inmensidad de su planta gracias a los trabajos de artistas como Diego de Siloé, Juan Ricci, el vidriero Arnao de Flandes… de …¡pero bueno, mejor que entren y lo contemplen con sus propios ojos, que vean cómo se filtra la luz por los rosetones, que investiguen en cada capilla, que admiren cada columna, cada recoveco, y busquen la tumba de aquel de quien se dijo que “buen vasallo sería, si tuviera un buen señor”…
Tras admirar interior y exterior, hay que acercarse a Santa Gadea, donde la leyenda, el romancero dice que fue el lugar donde el Cid obligó a jurar al rey Alfonso VI de Castilla y León que no había tenido parte en la muerte de su hermano Sancho ante las murallas de Zamora. Motivo por el que el Rey mandó al destierro al héroe, a un héroe muy unido a Burgos.
Y con ese recuerdo en el corazón, es el momento de adentrarse en la ciudad, de callejear para admirar las otras joyas que posee esta robusta ciudad centro del desarrollo histórico de Castilla y de España. Hay que contemplar y degustar los recuerdos de otros tiempos, de aquellos en que esta ciudad era la capital del reino, cuando sus Cortes ordenaban y organizaban a todo un país, y poseía una economía e industria que era la envidia de todo un reino y de un imperio.
El Paseo del Espolón se ofrece a orillas del río Arlanza, para permitirnos llegar hasta el Arco de Santa María. Posiblemente el segundo símbolo arquitectónico de la ciudad. Se trata de una de las antiguas doce puertas de acceso que tenía el Burgos medieval, y que fue reconstruida en honor de Carlos I tras la revuelta comunera.
Pero continuemos, callejeemos, y así podremos llegar hasta la Casa del Cordón o a la Plaza Mayor; conocer un poco más de la ciudad, de la mezcla de recuerdos de antaño con la modernidad. Hay murallas, hay una zona con algún resto de lo que fue el castillo protector de sus habitantes, hay…
Sí. Hay dos lugares más de obligatorio paso:
Uno más abajo del Arco de Santa María. Otra joya que marca el carácter burgalés. Me refiero al Monasterio de las Huelgas, de Santa María la Real. Cisterciense, fundado por el rey Alfonso VIII en el año 1189. Impresionante. Y además, para aquellos que les gusta disfrutar de los símbolos históricos , allí pueden ver el “pendón” árabe que fue arrebatado por las tropas cristianas a éstos en la batalla de las Navas de Tolosa (1212).
El segundo lugar, a tres kilómetros de Burgos, está la Cartuja de Miraflores. Fundada en el año 1441 por Juan II de Castilla. No les digo nada, sólo que ahí está, ahí se encuentra otro monumento con el que gozar la historia de España, y con tumbas curiosas.
Y mucho más. Palacios, iglesias, lugares históricos, que recuerdan una tradición ancestral de un lugar por el que pasaron a lo largo de su existencia todos y cada uno de los pueblos que atravesaron la Península y que la ocuparon. Y también aconsejo una visita, aunque sea rápida, a la antigua estación ferroviaria construida en el año 1901.
No quiero aburrirles más con descripciones artísticas o históricas. Pero nos queda una última visita. Junto al río aparece la figura ecuestre del Mio Cid, con su porte caballeresco, defensor y vigilante de la ciudad. Escúchenle, quizás les pueda contar algún que otro hecho en el que intervino o pregúntenle, nadie sabe lo que puede transmitir a quien quiera oírle.
Texto: J. Felipe Alonso es Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.
Fotografía portada: Rick Payette / Visualhunt
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