Me muevo por la plaza, giro 360 grados mi cabeza y puedo disfrutar de una vista esplendorosa, de un ejemplo maravilloso de la arquitectura popular madrileña. Soportales, balconadas que conservan un especial significado. De repente, cierro los ojos y veo carros que comienzan a cerrar la plaza. ¡Ah¡ Claro, ya sé donde estoy. Me encuentro en Chinchón.
La plaza Mayor es un buen punto de partida para recorrer esta población de la Comunidad de Madrid, que mantiene su personalidad, su toque pintoresco y singular a pesar del tiempo y de la cercanía a la capital. Poco ha cambiado en lo fundamental. Sigue manteniendo sus casas agrupadas en los cerros; sus calles intrincadas que recorren la vida y su historia. Y, en definitiva, su tradición.
La plaza, una de las más bellas del mundo que ha servido de escenario a numerosas películas, que ha visto como Mario Moreno (Cantinflas) toreaba; realidad o ficción, en ella y llenaba una de las imágenes más hermosas de la película La Vuelta al Mundo en Ochenta Días, con los carros cerrándola para convertirla en coso taurino, junto a las barreras de madera y los burladeros. Irregular, pero ordenada, sencilla y a la vez jerarquizada. Sus edificios son de tres plantas, galerías adinteladas y nada más y nada menos que 234 balcones sustentados por pies derechos con zapatas.
Pero no sólo es la Plaza Mayor, sino todo el conjunto, el casco urbano con todo se esplendor medieval, que ha sido declarado Conjunto Histórico Artístico. Desde allí, se puede admirar la elevada Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, construida en el año 1534, aunque no fue terminada hasta mediados del siglo XVII. Se trata de una edificación con mezcla de estilos, allí puede verse una conjunción del gótico, del plateresco, del rencentista, y del barroco. En su interior hay un lienzo de Francisco de Goya, la “Asunción de la Virgen”, situado en el Altar Mayor.
Subir por la pendiente hasta el Convento de San Agustín, fundado por los Condes de Chinchón en el siglo XVII, convertido hoy en día en Parador de Turismo, o admirar la Torre del Reloj, y aproximarse, cuesta subir la cuesta, y perdonen por la redundancia, al Castillo de los Condes, bueno a lo que queda de esta fortificación que se puede admirar por fuera e imaginarse de lo que debió ser en su momento de máximo esplendor. Como esplendorosa es la vista que se tiene de la población desde el mismo. Y si se tiene la suerte de ver atardecer en un día primaveral, limpio de nubes, poco más hay que decir.
Además, aquí se hace realidad un dicho que hay en la población. Que se está ante una torre sin iglesia o ante una iglesia sin torre. Y todo ello debido a que la Torre del Reloj pertenecía a la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, que fue destruida durante la Guerra de la Independencia, salvándose únicamente la torre. Hay muchas más “cosas” que conocer en Chinchón, como por ejemplo el teatro Lope de Vega, construido en el año 1891, o el convento de las Clarisas, la Casa de la Cadena, o lo que queda de otro castillo, el de Casasola. Pero sobre todo es muy interesante y aconsejable perderse por sus calles, aunque sea cuesta para arriba, cuesta para abajo.
Historias curiosas
Que, por cierto, abajo sigue la plaza que poco a poco se convierte en un punto bullicioso con la serie de mesones que en su entorno existen. Plaza a la que Felipe V concedió el título de Real Coso Taurino. Y es que Chinchon fue uno de los primeros lugares de España donde se celebró una corrida de toros, que tuvo lugar el 16 de septiembre de 1502 en la plaza de armas del castillo en honor de Juana la Loca y de su esposo Felipe el Hermoso. Desde entonces grandes figuras del toreo han estado unidos al lugar. Entre ellos el famoso Frascuelo, que protagonizó una curiosa historia:
Se celebraban en la localidad las fiestas de Santiago del año 1863, y como era natural, había corrida en la plaza. A uno de los toros se dispuso a torearlo un joven que quería ser matador, Salvador Sánchez Povedano, más conocido por el mote de el “empapelador” por su oficio. Tras unos pases muy aplaudidos por los asistentes, el morlaco, de 350 kilos de peso, le enganchó con un pitón en la suerte de banderillas, dejándole gravemente herido. Trasladado a la posada del Tío Tamayo, fue curado permaneciendo en la misma tres meses. Una vez recuperado, prometió llevar a cabo festejos taurinos cuando fuese famoso en ese coso, lo cual hizo cuando se convirtió en, después de el Lagartijo, en el mejor matador del siglo XIX. Tal fue su unión con Chinchón, que el 21 de septiembre de 1880 recibió un homenaje de la población, y le fue regalado un estoque con la empuñadura de oro y la inscripción “Chinchón a su hijo adoptivo”.
Y tras el recorrido, qué mejor que reponer fuerzas en cualquiera de los mesones que se ofrecen por doquier. Un buen asado, un guiso de caza, migas de pastor con los buenos ajos de la zona, una copita del famoso anís, un postre, pídase “tetas de novicia o de monja” y unas “pelotas de fraile”. Gastronomía tradicional para degustar en lugares con encanto.
Llega el atardecer, y vuelvo al centro de la plaza, no hay carros a mi alrededor, ha sido un sueño, una mirada perdida, quizás un deseo de mi imaginación. Pero volveré, porque esos carros están ahí, me esperan.
Texto: J. Felipe Alonso es Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.
Fotografías: M. Peinado / Visualhunt
Pon rumbo a tu próxima escapada aquí.
Deja tu comentario