Palencia es de esos rincones de España que, para los paletos con ínfulas cosmopolitas que poblamos las grandes urbes, quedan al lado de no sé qué sitio, siempre a desmano cuando nos dirigimos a cualquier lugar. Lo conoces por la enseñanza primaria y porque alguien te ha hablado de él. Como ocurre con Badajoz o Teruel, hay un amigo que nació en alguno de sus pueblos y cuando tomas unas cañas siempre terminan hablando de las maravillas de aquellos lugares ignorados. Y lo hacen con tal pasión, que a uno se le queda cara de bobo, como si le cayera por fuera conocer el mismísimo epicentro de la galaxia.
En poco más de un año he deambulado cuatro veces por las tierras de Palencia. En julio de 2016 y en septiembre de 2017 la crucé como peregrino intermitente hacia la meta de Santiago de Compostela. En marzo último hice un tour de fin de semana como turista-dominguero. En junio de 2017 he retornado como viajero en un tren turístico de lujo: el Transcantábrico.
Confieso que en los anteriores 60 años largos de mi existencia sólo había visitado una vez la provincia. Tal vez será que me he enamorado.
Entre tanto ir y venir he llegado a la conclusión que no solo mi repentina pasión por la Castilla más árida y tradicional es el denominador común de esta experiencia viajera. Parafraseando el dicho “todos los caminos llevan a Roma”, podría también afirmar que “todos los caminos de hierro (al menos los del Norte) pasan por Palencia”. Y así, sin programarlo, resulta que los desplazamientos desde Madrid hasta los puntos de partida de mis periplos palentinos tuvieron como transporte el ferrocarril.
Ciudades del Ave
Con la extensión de la red de Alta Velocidad por la geografía española a lo largo ya de un cuarto de siglo, se ha conformado un selecto club de capitales y pueblos grandes a los que ha llegado la bendición del tren veloz. Esa lista de 32 privilegiadas se la conoce como “las ciudades del Ave”. He tenido la curiosidad de averiguar si Palencia ha sido oficialmente designada como miembro del clan. Confirmo que, también en este renglón, la pequeña y agradable capital castellana soporta el estigma del ninguneo.
Quiero contarles la verdad. Palencia capital es una ciudad del Ave. Y la provincia palentina se ha convertido en un territorio privilegiado con una intensidad de infraestructuras de caminos de hierro veloces muy superior a la mayoría. Para entender esta aparente contradicción hay que situarse en Venta de Baños; un nudo ferroviario tradicional que ha logrado reeditar en el siglo XXI el valor de su posición estratégica. En su aparente insignificancia confluyen todos los tráficos de Ave que llegan de Madrid y Valladolid y aquí, precisamente, se bifurcan hacia León y Galicia; hacia Palencia y Santander; y, finalmente, hacia Burgos y Bilbao.
Si quieren hacerme caso, viajen mucho hacia el norte de España. Háganlo en un tren cada vez más rápido, cómodo y moderno. Y cuando lleguen a Venta de Baños y Palencia, no pasen de largo.
Caminante a Santiago
Pero vayamos por partes. Soy de los que hago el Camino de Santiago a plazos. Por tramos de 100 kilómetros como máximo. Un tramo cada doce meses. Y las tierras abrasadas de Castilla conforman etapas con mala fama. Dicen que demasiado llanas y demasiado inhóspitas. Calurosas en extremo en verano; brumosas y heladoras en invierno.
Después de haber realizado en el último lustro la travesía jacobea de los Pirineos, de La Rioja, del norte de Burgos y de Galicia hasta la meta de Santiago, quedaban pocas opciones más allá de enfrentarse, de una vez por todas, al páramo palentino. Y lo he hecho de dos tacadas de 100 kilómetros y cinco jornadas de camino cada una. Para la primera fijé el punto de salida en Frómista y el de llegada en Sahagún. Para la segunda, arranqué de Burgos y concluí en Frómista.
En extremo vago para preparar las próximas rutas en mi continuo deambular viajero de jubilado, ¿qué sabía yo de Frómista? ¿Qué sabía yo de Castrojeriz, de Carrión de los Condes, de Támara, de Becerril de Campos, de Villalcazar de Sirga? ¿Qué sabe usted de estos pueblos que se encuentran entre los más atractivos y con mayor historia de España?
El flechazo entre el caminante y la tierra que lo circunda es fulminante. Cuando caminas largas horas por los Campos de Castilla la vista puede reposar de manera continuada en el horizonte. Los kilómetros se engullen lentos, como en cualquier caminata, pero la ausencia de fuertes repechos facilita la romería interior. Los peregrinos adoran este terreno llano de tierras suave crema, pero huyen de las horas punta de día donde el sol abrasa. Con la fresca de la mañana, en el mes de julio, la hilera de andantes se hace interminable. Nadie rompe el silencio, tanto por protegerse de la fatiga de la palabra, como por el respeto a la introspección de los que a su lado marchan.
Dominguero
Los jubilados tenemos años (no sabemos cuántos), meses, semanas, sin nada que hacer por delante. Pero cultivamos igualmente las escapadas de fin de semana por aquello de acompañar a cónyuges y amigos que siguen atados a la condena del trabajo. Así fue como en marzo de 2017 programamos una visita rápida a Palencia, con el plato fuerte de Cisneros, la villa palentina que reivindica sin éxito ser el lugar donde nació el famoso cardenal.
Del fin de semana conservo en la memoria la noche en el Monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes, hoy convertido en hotel. El descubrimiento de Sem Tob: “uno de los grandes humanistas del siglo XVI castellano”, nacido en la judería de la monumental villa de Carrión, y primer judío español con nombre propio con el que uno se topa en nuestra historia cargada de prohombres cristianos y apenas trufada de algunos musulmanes.
El órgano exento de la iglesia de San Hipólito de Támara. El milagro de San Pedro Cultural en Becerril de Campos, que ha construido un importante polo de atracción turística a partir de una iglesia arruinada. Y, como no, el lechazo del Mesón de los Templarios en Villalcazar de Sirga.
Peregrino de lujo
A bordo del exclusivo hotel rodante, el tren Transcantábrico, he realizado el mes de julio último uno de los peregrinajes más cómodos y lujosos. De la catedral gótica de las mil vidrieras en León, al románico palentino en la abrasada Tierra de Campos. Del Bilbao rescatado por Guggenheim, a la añeja Cantabria de los indianos. De la Asturias de quesos fuertes y reyes rebeldes, hasta la costa indómita de las Rías Altas gallegas en el ‘fin de la Tierra’ medieval.
Entre el catálogo de bellas ciudades y villas que el tren visita a paso ligero, el mar queda a un lado y, al otro, paisajes de tierra cambiantes. Si he de quedarme enganchado en algún horizonte, elijo la exuberancia del Valle de Mena continuidad de los verdes y ondulantes tapices de Cantabria y las rudas, planas y abrasadas tierras de Campos de Castilla.
Tengo, sin embargo la impresión de que los ayuntamientos de los pueblos de Palencia explotan poco el paso del Transcantábrico y de sus viajeros por sus tierras. Y a su vez el tren de lujo pasa como de puntillas por una de las tierras con más historia y más belleza en sus entrañas.
Texto y Fotografías: Antonio Ruíz del Árbol es Periodista / @adelarbol
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