Si usted, querid@ viajer@, se encuentra en Valencia, le propongo que se olvide de estereotipos y de prevenciones apriorística y haga una escapada hasta Cullera, porque seguro que esta ciudad tan histórica como turística le sorprenderá. Aquí no encontrará ni glamour ni lujo (en su día se optó, para bien o para mal, por un turismo popular, el de apartamentos para vacaciones familiares de las clases medias), pero sí podrá disfrutar de parajes naturales, de rincones cargados de historia, de bellos paisajes naturales, de la mejor gastronomía del arroz y de unas magníficas playas de finísima arena, posiblemente las mejores de toda la provincia de Valencia.
Le sorprenderá, seguro, esa arrogancia de Cullera de querer compararse con Hollywood con el cartel de enormes letras blancas en lo alto de la montaña que dan la bienvenida al viajero; le sorprenderá que, en plena llanura arrocera, emerja de la nada un macizo montañoso; de 323 metros altura y sin apenas vegetación, como vigía, guardián y protector de la ciudad; le sorprenderá el abigarrado skyline del barrio de san Antonio, con su apelotonamiento de bloques de apartamentos impersonales; le sorprenderá la majestuosidad y tranquilidad de su hermosa bahía; le sorprenderá la existencia de un puerto pesquero y deportivo en la parte interior de un río, el Júcar, que, además, desemboca en escollera…
Le sorprenderá que, en plena llanura arrocera, emerja de la nada un macizo montañoso.
Es, precisamente, la suma de todos esos elementos los que conforman la peculiar personalidad y la curiosa idiosincrasia de Cullera, una ciudad mediana, todavía agrícola y poco industrial (de apenas 22.000 habitantes pero que se transforma en una urbe cosmopolita que acoge hasta 200.000 ciudadanos en un domingo de agosto), que busca hacerse un hueco entre los núcleos turísticos del mediterráneo español. Aquí no encontrará, viajer@ del siglo XXI, urbanizaciones de chalets de alto standing, ni hoteles de lujo (solo hay dos hoteles de cuatro estrellas), ni personajes VIP o celebritis televisivas. Cullera es destino de un turismo popular, asequible a todos los bolsillos, el preferido por las clases medias, el que valora más el contenido que el envoltorio, esa clientela a la que se le ofrece historia, parajes naturales y 14 kilómetros de las mejores playas.
Su atractivo en unas cuantas líneas
El trayecto hasta Cullera en tren (la línea de Cercanías C-1 de Renfe nos traslada desde Valencia en apenas 35 minutos) nos permite contemplar, en el extremo sur del parque natural de la Albufera, un paisaje poco habitual: campos de arroz que van mudando de color: vastas extensiones verdes en junio, espigas doradas en agosto y tierras inundadas en el largo invierno a la espera de una nueva plantación, pero que son punto de encuentro de centenares de ánades que buscan refugio y alimentación.
Si es usted cazador o amante de este deporte sin duda disfrutará en determinados fines de semana de noviembre, diciembre y enero con “les tiraes“, la caza de patos al amanecer, con los cazadores agazapados en las replazas (lugares de disparo que se subastan cada año al mejor postor) y con las comidas (paellas y otros guisos hechos con estas aves como ingredientes principales) preparadas por manos expertas en las cábilas o casas de aperos situados en los vedats o cotos.
Si es usted cazador o amante de este deporte sin duda disfrutará en determinados fines de semana de noviembre, diciembre y enero con “les tiraes“.
Ya que estamos en mitad de los arrozales, aproveche usted, si es usted viajer@ de chaleco y morral, para realizar una visita a la ermita de los santos de la piedra[1], una edificación del siglo XVIII que alberga el museo del arroz. Ubicada en lo alto de un promontorio, desde allí podrá divisar una vasta extensión de marjal, que llega hasta el mismo lago de la Albufera y está atravesada por una eficaz red de acequias de riego cuyo trazado se remonta a la época musulmana. El interior de la ermita alberga una colección de aperos e indumentaria relacionada con los usos y cultivos del arroz.
Si lo que usted prefiere es la historia, se sentirá atrapado por las numerosas hazañas que guarda entre sus muros el castillo, una fortaleza de la época califal (siglo X) con un emplazamiento estratégico sobre la montaña del Oro, conocida también como de les Raboses (las zorras), que resistió los ataques del rey Jaime I y solo capituló en 1239, un año después de que las huestes de Aragón conquistaran Valencia en 1238.
Rehabilitado y restaurado en los primeros años del siglo XXI, el castillo está declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y en su capilla gótica se ha instalado el Museo Arqueológico de Cullera, con piezas de la época prehistórica de gran valor como una reproducción del Bastón de mando hallado en la cueva del Volcán, restos de ánforas romanas, cerámicas antiguas y una cruz de término medieval, entre otras piezas de interés histórico, además de un audiovisual que realiza un recorrido por las diferentes etapas históricas en las que esta fortaleza ha sido protagonista.
Adosado al castillo, se encuentra el santuario de la Virgen de la Encarnación, patrona de la ciudad, popularmente conocida como la Virgen del Castillo. Desde la explanada que circunda la iglesia, usted viajer@ del siglo XXI que seguro dispone de cámara y móvil, podrá contemplar a vista de pájaro las mejores vistas de Cullera, tanto del casco histórico como de la zona turística, incluida la impresionante bahía de aguas tranquilas, de playas de arenas finísimas, desde el faro hasta la desembocadura del Júcar. Las instantáneas fotográficas y los selfies que realice desde allí seguro que asombrarán a sus amistades tanto como le habrán sorprendido a usted al realizarlas.
Adosado al castillo, se encuentra el santuario de la Virgen de la Encarnación, patrona de la ciudad, popularmente conocida como la Virgen del Castillo.
En la parte baja de la montaña, entre el castillo y el barrio árabe, de calles empinadas y casas encaladas, se encuentra la torre de entrada a la antigua albacara o recinto amurallado. Se trata de una torre islámica del siglo XIII y de base cuadrangular que es el punto de partida de una estrecha calzada peatonal (el calvario o vía crucis) que, en zigzag, asciende hasta el castillo. En diferentes épocas esta defensa ha recibido el nombre de Torre de la Reina Mora, por leyendas sobre sus orígenes, y Torre de Santa Ana, porque en el siglo XVII se convirtió en una ermita dedicada a la advocación de la madre de la Virgen María.
Otra joya histórica es la torre vigía conocida como Torre del Marenyet, construida en 1577 durante el reinado de Felipe II junto a la entonces desembocadura del río Júcar, un par de kilómetros más al sur del actual emplazamiento. Con un perímetro de 10 metros de diámetro y 15 metros de altura, era una edificación destinada a vigilancia y protección costera, que estaba comunicada visualmente con otras torres similares hoy desaparecidas. Está declarada también Bien de Interés Cultural.
Como usted sabrá muy bien, porque además de viajero es usted turista de sol y playa, lo más famoso, lo que da renombre internacional a Cullera son sus playas. Son 14 kilómetros de playas de finísima arena, de poca profundidad y con un mar siempre en calma gracias a la forma cóncava de su ensenada, que protege todo su litoral de mareas y corrientes marinas. Desde el norte del término municipal hasta la desembocadura del Júcar podrá disfrutar del baño en las playas del Dosel, el Faro, Los Olivos, Cap Blanc, El Racó y Sant Antoni, todas ellas con Bandera Azul, distintivo de calidad europeo. Y más al sur, se encuentran las del Marenyet y Brosquil. En la zona del Faro, donde la montaña se funde con el mar, se encuentra también la única zona de acantilados de la provincia de Valencia. Y un poco más al norte, cerca del Mareny de Sant Lorenç, una de las primeras playas nudistas de la provincia. En la zona del Cap Blanc y El Racó se pueden practicar deportes náuticos como el windsurf, vela ligera, kitesurf y otras modalidades.
Después de tanto trasiego histórico y paisajístico, es hora de hacer un alto en el camino. La mejor opción es coger el coche o la bicicleta, atravesar el Júcar por el puente de la Bega (el más reciente de los construidos en Cullera sobre el Júcar), y dirigirse, entre campos de naranjos y huertos de hortalizas (tomates, melones y sandías, principalmente), hasta l’Estany, un lago incluido en el catálogo de humedales de la Comunitat Valenciana. Preservado de la urbanización depredadora que ha existido en otras partes del municipio, es un paraje con una gran diversidad de flora y fauna acuática en el que los pescadores, con frágiles barcas de madera, siguen capturando llisses (un pez de la familia de los mugílidos) que luego se preparan a la brasa en los restaurantes de la zona, como Picanterra o El Cordobés.
Es hora de concluir, querid@ viajer@, este recorrido por Cullera. Antes de abandonar la ciudad eche un vistazo rápido a dos pequeñas joyas arquitectónicas que a veces pasan desapercibidas para muchos visitantes: la Casa de la Enseñanza, un edificio civil de finales del siglo XVIII pionero de la educación pública en España y que en la actualidad alberga el Museo Fallero; y las casas gemelas de los número 4 y 6 de la calle Cervantes, ambas de 1920, ejemplos de edificaciones modernistas de ascendencia francesa, con elementos decorativos vegetales y cerámica en la fachada.
La estancia o la visita relámpago ha terminado. Estoy convencido de que, después de disfrutar de tantas y tan variadas opciones (turísticas, históricas, paisajísticas y gastronómicas), guardará un grato recuerdo de Cullera.
Texto: Joan Castelló Lli es Periodista
Fotografías: Adrián Castelló Cañamero
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