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Mi amiga que vive en Zaragoza me llamó para pasar un día de compras por allí, ambas teníamos que comprar por necesidad, sí sí, de verdad, para eventos importantísimos. Así que como íbamos a estar por el centro, mi amiga me dijo que no se me ocurriera coger el coche, que no hay donde aparcarlo, y que si lo necesitáramos iríamos en transporte público. Así que pensé en cogerme el tren el mismo sábado por la mañana desde Calahorra que en hora y media me presento en la capital aragonesa, y me despreocupo del coche y de aparcarlo. Luego me quedaba en su casa, y, si no estábamos muy cansadas, aún saldríamos a dar una vueltita por la noche… Pero llegaron los remordimientos, pensamos en invitar a los maridos a nuestra salida nocturna (de tiendas no iban a venir). Pero, ¿qué íbamos a hacer con la pareja de retoños que tenemos ambas? ¿dejarlos con las benditas abuelas? Pues no. Así que nos sumamos todos al plan. Y lo que iba a ser un día de compras de amigas y salida de desahogo, se convirtió en un plan familiar entre dos familias. Y así se fraguó nuestro fin de semana que acabó siendo infantil con un toque de película.

El plan del transporte no varió, nos fuimos en el tren de las nueve y media y a las once ya estábamos en la estación. A los niños les encanta. ¿Y qué hicimos? Pues nos tocó el Acuario Fluvial de Zaragoza. El más grande de Europa de agua dulce !Ains, lo que no sabíamos es que en nuestro Ebro se esconden animales tan tan feos! ¿Por qué no decirlo? Madre del amor. ¡Si te caes a ese tanque del agua, no sales, benditos siluros! Yo anduve histérica todo el rato para que los niños no se acercaran demasiado. Y me relajé cuando vi al pobre Nemo, la pecera más toquitiada de todas y llena de dedazos (y hasta de babas de alguno que se habría estampado de morros). Vimos todo tipo de animales relacionados con el hábitat acuático dulce de todos los continentes. Y al final estaba la sorpresa, las nutrias que se suponen que están en el Ebro, ‘Esas que se esconden, porque son muy tímidas’, nos dijeron. Si claro, como los gamusinos, que también se esconden cuando vas al monte.

Comimos por la zona. La verdad que ese lugar en el que en tiempos de bonanza lució la Expo Internacional de Zaragoza (2008 ), se ha quedado desolado, qué pena. Nada que añadir.

Y después de comer, llegó nuestra hora, la de las chicas. Los mariditos guapos se quedaron con los cuatro niños en una estupenda zona infantil. Bueno, con tres, que mi querida preadolescente nos quiso acompañar. Fuimos de tienda en tienda. ¡Y menos mal que mi amiga controlaba la zona comercial! Yo creo que no. En una tienda nos querían colocar vestidos de sesentonas, en otra, de veinteañeras, enseñando cachete cachete; en otra nos decían que no podíamos ir tan ajustadas y nos querían meter dos tallas de más (no tenían otra creo yo), y en otra lo contrario, no tenían nuestra talla y nos querían meter en dos tallas menos, amén de que eran telas elásticas, porque de lo contrario hubiéramos reventado las costuras (y ahí que se salía todo por todos los sitios). En una nos querían poner pamelones ‘porque ahora se llevan’ y fue casi como si fuera obligatorio, y en otra nos vendían hasta las medias, los zapatos y el sujetador a juego, ¿en serio? Nada nada.  En una creyeron que éramos ricas y nos sacaban vestidos de infarto que cuando veías las etiquetas era realmente cuando empezaban las convulsiones. Y lo peor es que en otra tienda nos vieron pobretonas porque nos aseguraron que ‘el del escaparate era muy caro, ¿pero te he preguntado el precio? Nos fuimos rápidamente, nos sentimos tristes cual Julia Roberts en Pretty Woman (pero sin enseñar el culo).

“En una tienda creyeron que éramos ricas y nos sacaban vestidos de infarto que cuando veías las etiquetas era realmente cuando empezaban las convulsiones”.

Total, que mala tarde echamos, pero vimos la luz cuando fuimos a buscar a los chicos al centro comercial y entramos ‘por casualidad’, en unos grandes almacenes en los que te podías servir a tu aire, mirar los precios tranquilamente, comprobar si estaba tu talla, y si podías comprar el vestido sin el sujetador a juego casi obligada. Así que acabamos monísimas de la muerte. Nuestros chicos, a lo más Richard Gere, (solo que con las camisetas manchadas o de chocolate, yogur o de gusanitos de los niños) por supuesto que dijeron que nos quedaban de muerte también (no sé si de féretro o no). Pero más les valía a los dos no decir lo contrario después de las horas que habíamos echado en las que nos habían tachado de modernas, de viejas, de gordas, de flacas (bueno, de esto no tanto), de pobres y de ricas, y de no saber comprar un sujetador normal y corriente que no nos hiciera pechugonas.

“Nuestros chicos, a lo más Richard Gere, por supuesto que dijeron que nos quedaban de muerte también…”

Y ya por la tarde-noche, en vez de irnos de chicas, nos fuimos los ocho juntitos de pinchos, y después a un bar muy chulo, donde normalmente hay espectáculos de magia,  (horas antes mi amiga y yo hubiéramos deseado desaparecer en la chistera que alguna tendera nos ofrecía de pamela). Y aunque el espectáculo era infantil, el mago bien que hacía guiños continuos para sacar las carcajadas de los mayores. Creo que hasta nos ofreció hacer desaparecer a los maridos. Lo de convertirlos en Richard Gere no era necesario, ya los teníamos, (y esta vez cambiaditos de ropa y todo. Bueno, aquí mi amigo llevaba el chupete del pequeñín enganchado del bolsillo.. Pero bien, casi, casi).

Total, que nos echamos un cubatita en familia, (o dos) nos fuimos a dormir, y al día siguiente como nuevos. Fuimos a la Basílica del Pilar a pasar a los niños por la Pilarica, y a comer. Cogimos el tren de vuelta casi a las seis de la tarde a Calahorra donde habíamos dejado el coche. Ay amiga!, qué bien sientan las ausencias de resacas, y no tener que ir con la cara trasnochada y el rímel corrido (y la cara de vergüenza como cuando teníamos 20 y llegábamos tarde) a casa de los padres a por los hijos. Así que, voy sumando quehaceres. Ahora le debo un finde de chicas a mi amiga, una escapada romántica a mi chico, y una tarde completa a mis niños… No se puede estar en todo.

“Fuimos a la Basílica del Pilar a pasar a los niños por la Pilarica, y a comer”.

Y lo que juro que también debo, es una visita a la tienda de estas señoras que se creían estar en Beverly Hills. Y allí que iré con mi amiga, con nuestras mejores galas, y pelo recién sacado de la peluquería. Y después de hacerle sacar todo el ropero y probarnos todos sus trapos, cuando vayamos a pagar unos cuantos vestidos cada una, les diremos: ‘Lo sentimos, pero ya no los queremos. Queríamos el vestido del escaparate del año pasado que era muy caro para nosotras’. ‘Metiste la pata hasta dentro’ ’Buenos días’. ‘Nos vamos de compras’. (Todo esto con el Amami Alfredo de La Traviata de fondo puesto en el móvil para, como dijo la Roberts ´mearnos de gusto en las bragas´). En un año volvemos, ¡lo juro por Julia Roberts!

Bárbara Moreno es Redactora en Noticias de La Rioja

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