La cancioncilla dice ‘Desde Santurce a Bilbao‘, pero se puede cambiar el orden de los factores, desde Bilbao a Santurce,  y no pasa nada. Bueno, algo sí que pasa: que se comprueba, una vez más, que las batallitas de nuestros abuelos, que nos contaban cómo iban andando de un pueblo a otro, atravesando montañas y ríos -ah, no, que esa era otra canción-, sin tener que subirse al coche, no son leyendas… Se puede. Se debe, de hecho, si se quiere pasar la mañana viendo cómo hemos cambiado. Vaya, otra melodía.

No hace falta cantar mientras se anda. Basta con mirar a los lados mientras se sigue el curso de la Ría por Bilbao hasta salir de la ciudad. En dirección al mar, por la margen izquierda pero sin perder de vista la derecha, se van dejando atrás los grandes emblemas. Adiós al mercado de La Ribera, al Teatro Arriaga, al Ayuntamiento, a la pasarela Zubi-Zuri, al Museo Guggenheim, a la Universidad de Deusto, al Palacio Euskalduna y a la grúa Carola. Aquí el turista se va a adentrar, casi seguro, en territorio desconocido. Se trata del barrio de Olabeaga, popularmente conocido como Noruega. Al otro lado, Zorrozaurre, que en un futuro ya no tan lejano será un barrio de diseño, pero que todavía conserva muchos de los pabellones industriales que hoy están abandonados.

Colgando sobre el agua se ve todavía alguna vieja escalera, el amarre de algún bote y algún muelle en desuso. Y más allá, una silueta que atrae todas las miradas: el viejo edificio de Molinos Vascos, que se propuso hace mucho tiempo como Museo de la Industria del País Vasco, pero que se cae a pedazos. Una pena, porque es una construcción preciosa, con un punto tétrico, como de otras latitudes llenas de espíritus. Se pierde de vista el agua un rato, y tras pasar el matadero hay que tirar hacia la izquierda, remontando esta vez el curso del Cadagua, hasta cruzar por debajo del puente por el que pasa el tren de Renfe.

Viaje al  patrimonio industrial 

La línea de tren va a ser importante en el recorrido, porque desde este punto de unión de los barrios de Zorrotza, que aún es Bilbao, y Burtzeña, que ya pertenece a Barakaldo, no será raro que la carretera vaya casi en paralelo a ella. Todo llano, eso sí, y pasando junto a una estación de finales del siglo XIX -la de Lutxana-, por debajo del altísimo puente de Rontegi y por un vecindario novísimo que se asienta en terrenos que en su día pertenecieron a fábricas y astilleros en Barakaldo. Un poco más allá -aquí sí que hay una cuesta-, comienza Sestao: el patrimonio industrial se ve en esta localidad en los edificios abandonados de Altos Hornos, Horno Alto incluido, y en los pabellones aún en uso.

La Ría se va perdiendo a veces entre los bloques de viviendas del centro, pero enseguida vuelve a ser visible. Y el camino, además, no va a nivel del mar, sino un poco elevado. Así que las vistas están aseguradas. En esta localidad han construido un ascensor público de tres niveles para hacer más fácil la vida a los vecinos. Para los turistas es muy útil también. Qué panorámica.

La siguiente estación es Portugalete, la del Puente Colgante -esta es la canción de propina, mira-. El paseo ya no tiene pérdida, y en un santiamén se planta una en Santurtzi. Es verdad que el Cercanías lo hace en 22 minutos, pero a pie no se tarda ni cuatro horas -dependiendo de si se realiza parada técnica para el pintxo o no-. Y se siente una ‘sardinera’ sin tener que ir cargada de pescado fresco, ese que se puede comer en el Hogar del Pescador en el puerto santurtziarra.

Texto : Elena Sierra es Periodista en El Correo