Cuando hablamos de Málaga, lo primero que nos viene a la mente es una imagen llena de luz y  color.  El sol ilumina un mar azul turquesa que lo inunda todo.  La gente pasea animadamente por la calle Larios o por el paseo marítimo, y una suave brisa marina  nos refresca mientras tomamos algo sentados en una terraza…

Esta vez la imagen ha sido para mí como la cara oculta de la luna, prácticamente desconocida, pero no por ello menos hermosa. Aunque pueda parecer que lo más aconsejable en  esta situación sea guarecerse y esperar a que pase la tormenta, decido ponerme un buen chubasquero, unas buenas botas y con mi cámara bien protegida, salir a pasear y a disfrutar de todo lo que pudiera cruzarse en mi camino

Un poco más allá  me deslumbra la visión del teatro romano a mis pies, coronado por la Alcazaba en un equilibrio imposible. Aprovecho un claro entre las nubes para emprender  la subida al Castillo de Gibralfaro. Desde allí disfruto de una de las mejores vistas de la Ciudad. Hasta que Cánovas del Castillo allá por el s. XIX emprendiera la remodelación de la ciudad, el mar llegaba hasta los pies de su muralla. Por el ensanche que surgió de estas obras faraónicas paseo por  el Palmeral de las Sorpresas, el Ayuntamiento o el Centro Pompidou.

Descubro La Farola, sucesora de la Linterna que había en ese mismo lugar. Posiblemente de ahí le venga el género femenino que la caracteriza y la diferencia de todos los demás faros de la península y casi del mundo.

Pienso en  esa expresión tan meteorológica de «nubes y claros». El cielo pasa del negro claro al azul intenso y viceversa en cuestión de minutos. Y la misma calle, el mismo rincón, vuelven a recordarme esa imagen de la luna que tanto conocemos y su preciosa cara oculta.

Texto y fotografías: Sonia Martínez es Escritora, fotógrafa y viajera.

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