Se respira la magia, lo misterioso, donde las piedras hablan al visitante y le invitan a recorrer calles, detenerse ante las murallas de origen romano, o degustar con la mirada alguna que otra maravilla que se ofrece sin apenas hacer ruido. Porque León es eso, una ciudad que rebosa historia por los cuatro costados, una población que es mágica en su contenido y en su concepción.
Dejando atrás la Plaza de San Marcelo, donde puede apreciarse una maqueta forjada de la ciudad, todo ello presidido por el impresionante edificio diseñado por Gaudí, hoy en día Museo Casa Botines, se abre al paseante la Calle Ancha, la que sube suavemente hacia su punto álgido, hacia uno de los dos símbolos leoneses principales.
Y al final, donde acaba la Ancha, ¡Ahí está¡. Es esa joya gótica que se comenzó a construir en el siglo XIII, la Pulcha Leonina, Bella Leonesa. Su espacio estuvo ocupado en la época romana por unas termas, y posteriormente, durante la Reconquista, por el Palacio Real de los Reyes Astur-Leoneses, hasta que tras la victoria de la tropas de Ordoño II en el año 916 en la localidad soriana de San Esteban de Gozmán sobre los musulmanes, éste donase ese edificio para que se levantase allí un templo, que inicialmente fue románico, y que siglos después se convirtió en la joya gótica que deleita al visitante.
No hay más remedio que detenerse ante ella antes de entrar a ver su interior. Hay que tomar perspectiva en la plaza, y deleitarse con el Pórtico de Nuestra Señora la Blanca o del Juicio Final, o el Pórtico de San Juan. Y luego, luego su interior…
El rosetón central, esa vidriera que filtra la luz sobre la entrada el templo. El espacio inmenso cubierto por vidrieras multicolores, destacando por toda la catedral, y con especial fuerza en el Altar Mayor. Sus capillas, el Coro y el Órgano, con mayúsculas por su delicadeza de líneas… Pero sobre todo ese rosetón central del siglo XIII que condiciona de alguna forma y obliga a realizar una visita pausada aprovechando las filtraciones de luz, esos momentos imborrables que marcan un punto en el Camino de Santiago.
Por cierto, que esta catedral tiene su leyenda, que relatada brevemente cuenta la existencia de un topo de gran tamaño que destruía durante la noche los sillares que se ponían por la mañana, hasta que tres valientes canteros le dieron caza. Y desde allí a otro punto que es preciso visitar: el llamado Barrio Húmedo donde se ubica la Playa Mayor, y una buena zona de lugares de picoteo. Barrio de cuyo nombre se han elaborado una y mil teorías, aunque, quizás, la más aceptada sea la de que al ser una zona con muchas tabernas, al trasegar el vino de cubas a tinajas y cántaros, había líquido que caía al suelo y era preciso regar la calzada con agua, de ahí que estuviese húmeda la zona.
Pero, hágase un alto en el camino para tomar una buena morcilla de la tierra untada en pan o un poco de cecina o cualquier embutido leonés, todo ello acompañado por un vino o una cerveza para reponer fuerzas, pues ahora llega el momento de caminar un poco, de volver pasos atrás para llegar al segundo símbolo, en importancia, de León. Nada más y nada menos que San Isidoro.
La Real Colegiata de San Isidoro. Una joya mágica. El conjunto románico más importante de España, que no solo ofrece en el exterior su belleza románica ornamental, a través de las Puertas del Cordero o de la del Perdón o de la Capitular, sino que guarda en su interior una inmensa riqueza artística. Allí está el Panteón Real, y a su alrededor pinturas murales románicas originales de los siglos XI y XII, así como los capitales que datan de aquella época. Se supone que en su base se encontraba un templo romano, y que sobre él se edificó un monasterio dedicado a San Pelayo. Roma, Roma…
Demasiado poco resto romano ha quedado de aquel asentamiento del campamento militar de la Legio VI Victrix, del 29 a.c.; o de la Legio VII Gemina, cuando León era capital militar de la Península. Algún recuerdo, como una conducción de agua, o unos lienzos de muralla…
Y si se quiere pasear un poco más, porque León es una ciudad amable con el visitante que puede recorrerla a pie y así imbuirse en toda su historia y tradición, se llega hasta el Hostal de San Marcos, el Parador Nacional de la ciudad, en la actualidad en obras de ampliación. De estilo plateresco, fue inicialmente impulsado por los Reyes Católicos para entregárselo a la Orden de Caballería de Santiago, como punto de paso de los peregrinos hacia Santiago.
En este monasterio, donde cada piedra habla, y donde en cada claustro brota la belleza arquitectónica, estuvo preso Quevedo y se cuenta, se dice, que algunas veces se le puede ver recorrer muy malhumorado sus pasillos. León es magia, León es un conjunto de belleza que la ha convertido en un lugar que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y donde, de verdad, que si las escuchan, sus piedras cuentan mil y una historia.
Texto: J. Felipe Alonso es Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.
Fotografía portada: Bluguia Pablo / Visualhunt
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