La marea está baja, los barcos permanecen varados en la tierra, y desde el puente que cruza esa calle marinera que es el estrecho puerto de Llanes , se vislumbra un panorama multicolor y se percibe en el aire un olor y un sabor a mar Cantábrico. Un puerto que desde su bocana se adentra en la villa, ofreciendo ese magnífico espectáculo retratado en multitud de fotografías a lo largo de su historia. Más tarde esas barcas, esos “bajeles” deberán cumplir con su clásico ritual al salir a faenar al fuerte, al bravío mar, cuando el agua salada inunde la vía, una calzada más del entramado urbano que participa en la vida cotidiana de llaniscos y visitantes.
Buen punto de partida es el puente que marca el final de esa profunda entrada marinera, y un lugar al que habrá que regresar más tarde para disfrutar de una buena comida regada por unos “culines” de sidra.
Primera visita obligada, tras atravesar algunas calles empedradas, es el Torreón de los Posada, un edificio de planta rectangular y dos pisos, al que permanece adosada un lienzo de muralla. Muy cerca, se puede apreciar desde él, se encuentra el modernista Casino de la villa. La visita debe continuar acercándose a la Iglesia de Santa María del Conceyu, uno de los pocos ejemplos arquitectónicos del gótico en Asturias, región más inclinada al prerrománico, si bien cuenta con dos portadas románicas. En su interior destaca un interesante retablo.
Edificios singulares y muchos de “indianos”, de esos emigrantes asturianos que cruzaron el Atlántico “buscándose la vida” al otro lado, y que cuando regresaron a su patria chica, los que pudieron hacerlo con más o menos fortuna, construyeron una serie de caserones, que ha dado origen a un tipo de arquitectura conocida como “indiana”. Ejemplo típico es la llamada Casa de los Leones, Villa Flora, de 1906.
Un Monumento Histórico Artístico de Llanes es el Palacio del conde de la Vega del Sella, del siglo XVIII, convertido hoy en día en un museo privado donde se ofrecen los resultados de las excavaciones realizadas por Ricardo Duque de Estrada; el Palacio de los Duques de Estrada, del siglo XVII; la Iglesia de San Salvador, que muestra algunos restos de su edificación en los siglos XII y XIII, aunque se renovó en el XVII y XVIII, conventos, otros edificios… El conjunto monumental en sí, muy bien conservado.
Y para disfrutar del mar, de la vista de su horizonte, nada mejor que darse una vuelta por el Paseo de San Pedro, un recorrido que aprovecha una elevación y que está cubierto de hierba. Desde él se puede apreciar una de las curiosidades que ofrece la costa asturiana. Un recorte de la estructura pétrea costera, donde incide con fuerza el mar y el viento, ha marcado en Celorio una cara, no se trata de una cara cualquiera, sino la del propio Cristo, con su corona de espinas.
Pero Llanes es mucho más, son la multitud de playas que hay en su entorno, que presentan diversas formas y cualidades. Hay una urbana, recoleta, semilunar, El Sablón; otra un poco más apartada, aunque próxima, Toró; y luego las que siempre merecen ser nombradas y destacadas por encima de otras, Cué, Purúra, Barro, con su especie de Monte San Michel con la marea alta que aisla el cementerio y su capilla; Niembro, de arenas finas y cantarinas con el contacto de los pies de quienes por ella caminan; o la de Po de Llanes, donde pugna por salir un manantial de agua dulce con la marea baja.
Volviendo al puerto, un paseo hasta la bocana para abrir el apetito y apreciar, también, otros dos monumentos llaniscos. Por una parte Los Cubos de la Memoria, de Agustín Ibarrola, que aprovechó unos diques de hormigón para dejar allí su impronta; y la placa que recuerda a los 65 marineros de la villa que participaron en la expedición de la Armada Invencible de tiempos de Felipe II.
La calle acuosa, acompañada por su ribera poblada de casas, bares, restaurantes, y como se dice en Asturias, “chigres”, invita ya al descanso, a tomarse un respiro a degustar de un buen guiso y de un buen pescado, o quizás un poco de marisco recién traído de la cetaria. Y la sidra que no falte, esos culines que esta bebida tan natural, tan asturiana, ofrece y que es capaz de hacer que cualquier comida sea una fiesta.
Ya no hay barcas, ni barcos en el estrecho y alargado puerto. El agua lo ha inundado, la marea ha subido y todos se han ido a faenar. Dentro de unas horas regresarán trayendo en su interior las capturas logradas que serán subastadas en la lonja.
Quizás sea el momento de despedirse de esta Muy Noble y Leal Villa, como reza su leyenda, e ir hasta la estación del tren de vía estrecha, Feve, que la une con otras poblaciones de la cornisa cantábrica. Pero no sin guardar en la retina recuerdos imborrables y en la mente y corazón, saber que antes o después se regresará, pues la visita aún no ha terminado.
Texto: J. Felipe Alonso es Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.
Fotografía portada: Juantiagües / Visualhunt
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