Por encima de todo, Oviedo aparece al visitante como una ciudad amiga. Entienda cada uno lo que entienda por amistad, lo que quiero decir es que es un lugar que se deja entrar. Tal vez sea entonces más apropiado decir que es una ciudad que se presta a ligar con ella. Limpia, paseable, con numerosos refugios donde reposar la caminata con cerveza, con vino o con sidra.
Sin un papel en el suelo, lo que es lo mismo que decir civilizada y respetuosa. Con rincones donde saludar a amigos de toda la vida, como Woody Allen o Mafalda, genios universales y compañeros en tantos sentimientos, pasiones e indignaciones. Con una librería inmensamente acogedora, patria de todas las almas, como es la librería Cervantes, cuatro plantas de libros, documentos y eficacia en la gestión donde recuperar el amor por los libros que nunca se debe romper.
Hay numerosas razones por las que uno debe ir a Asturias. En el caso de tres andaluces curiosos, la primera de ellas fue que era uno de los pocos lugares a los que no habían viajado en España. Justificaciones todas demasiado tópicas para esta falta: ya se sabe, la lejanía, el mal tiempo… bueno lo que desde aquí abajo consideramos mal tiempo, y que no tiene por qué serlo para los de ahí arriba: lluvia, fundamentalmente. Y claro que sí, todo eso nos encontramos, tras un larguísimo viaje en coche. Y claro que nos llovió, pero eso estaba en el programa, y más si uno se planta en esas tierras en enero.
Y si hay que decir más razones, ahí van: lo bueno era el contacto con la gente, con los entornos, con su actividad, con sus costumbres tan compartidas, con su extraordinaria gastronomía. Va uno seguro de que todo le va a ir bien por ciudades así. Va uno envidioso de que las numerosas estatuas que se va encontrando a su paso estén perfectamente. Tiembla uno pensando qué le hubiera pasado a la colorida Mafalda, que todos los días duerme sola (más bien, vela) en un banco del parque del Campo de San Francisco, en otros lugares acostumbrados a que lo común se descuide. El personaje de Quino forma cola de visitantes para hacerse la foto con ella, como le pasa también a la representación escultórica de Woody Allen, que es a su vez representante de tantos de nosotros.
Se pinta Oviedo como una ciudad rica, y seguramente lo es en una región rica, con sus librerías, sus premios Príncipe de Asturias, su Teatro Campoamor. Y da la impresión de ser culta, muy lejos, para bien, de aquella Vetusta de La Regenta, que también tiene su estatua paseante. Con esa impresión nos quedamos y de esa disfrutamos, simplemente paseando. Lo que los griegos antiguos llamarían, digo yo, disfrute peripatético.
Texto y fotografías: M. Muñoz Fossati es Periodista. Subdirector de Diario de Cádiz. Autor de ‘Un corto viaje a Creta’ (Anaya Touring) y el blog “Mil sitios tan bonitos como Cádiz”
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