Para ver Perugia, capital de la región italiana de Umbría, hay que subir. Si llegamos en tren, siempre. Pero no de cualquier manera. Lo mejor es hacerlo a pie, atravesando la Rocca Paulina, un bastión defensivo construido sobre otra construcción que se asienta a su vez sobre otra, un laberinto oscuro de calles cubiertas bajo la piedra que desemboca, ya arriba, en una vía espléndida llena de luz y edificios bellísimos. Una sorpresa esperada si vas informado, pero no por eso menos asombrosa y gozosa, que no describiré mucho para no estropearla.

Interior de la Rocca Paolina.

En realidad, todo es una sorpresa maravillosa en Perugia, desde esa salida de lo oscuro a lo luminoso hasta los antiquísimos vestigios arquitectónicos del pasado etrusco. La calle principal, de esas anchas que los italianos llaman ‘corso’, en este caso Corso Pietro Varnucci, lleva entre edificios nobles hasta la espléndida Piazza IV Novembre, pero un poco antes es inevitable detenerse en el palacio gótico dei Priori que alberga la Galleria Nazionale de Umbria, con una espectacular fachada combada, y espléndidos ventanales, que sigue la línea de la calle.

El Corso Pietro Vannucci lleva hasta la Piazza IV Novembre.

La parada ante este imponente edificio y la plaza que tiene justo al lado tiene forzosamente que ser duradera. No conviene, no se puede pasear apresuradamente por este escenario. No quedan ojos para mirar tantos ángulos y rincones, desde la fachada del palacio hasta la que se le enfrenta, la de la Catedral, con su aspecto inacabado, y en medio, la fuente circular de mármol con sus dos enormes tazas esculpidas con representaciones del Antiguo Testamento. Fontana Maggiore lleva por adecuado nombre.

La Fontana Maggiore con el Palazzo dei Priori al fondo, desde dos perspectivas.

Cuando uno piensa en Italia se imagina siempre plazas así, perfectas. Si acaso, se echa en falta el revestimiento que la Catedral nunca tuvo, y para siempre se quedaron las piedras bastas esperando quizá el mármol brillante. Pero impresiona igual, con el amplio atrio de escalones de travertino, siempre llenos de gente sentada. Desde estos se tiene una inmejorable vista del Palazzo dei Priori  y de esa otra escalinata que da entrada a la Sala dei Notari, con sus arcos románicos llenos de frescos coloridos.

Vista lateral de la portada del Palazzo dei Priori.

Si desde allí bajas por la empinada calle dei Priori después de atravesar uno de los arcos romanos (o etrusco, vete a saber) que parecen sostener a esta ciudad en el pasado, irás pasando por fachadas históricas y placitas recogidas, rincones de pueblo, curiosas iglesias como las de San Francesco al Prato y el Oratorio de San Bernardino.

Si has llegado hasta allí, tienes que volver a subir, y lo ideal es buscar para eso la Via del Aquedotto, que es como su nombre indica un antiguo acueducto que ahora se utiliza como puente peatonal. A su lado trepa una hermosa y larga calle en escalera, rodeada de casas con fachadas de color pastel, que es escenario ideal para cientos de fotos, y te introduce en el laberinto de calles medievales pétreas y, otra vez, más arcos. Buscamos entonces el más bello de ellos: el Arco Etrusco, también llamado de Augusto, sólida puerta de la ciudad antigua que soporta sobre ella otro arco romano y, más arriba una loggia renacentista para que no falte ninguna de las doradas épocas de la historia italiana.

Y lo demás ya podéis buscarlo por vuestra cuenta… no faltarán sorpresas.

Texto y fotografías: M. Muñoz Fossati es PeriodistaSubdirector de Diario de Cádiz. Autor de ‘Un corto viaje a Creta’ (Anaya Touring) y el blog “Mil sitios tan bonitos como Cádiz”

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