El seguimiento de la fase final de la Copa del Rey de Baloncesto se convierte en un inesperado cotillón deportivo que cierra el fin de semana en Málaga. Tablets, móviles, portátiles y los obligados cascos conforman el paisaje interior del Ave. El andén de la estación de Puerta de Atocha se convierte en un ocasional carrusel deportivo donde se establecen intervenciones telefónicas, minutos antes de la salida, “Vamos a ver el partido en el Ave”.
Comenzado el primer cuarto; 19.10 horas, algunos rezagados se descargan la aplicación del Play Renfe después de identificarse. Las sonrisas nerviosas se instalan automáticamente en los rostros de los aficionados. Los viajeros se abrazan al iPad en busca de la retransmisión como si fuera la tablet de salvación.
En esta época de simplificaciones virtuosas el Play Renfe adquiere una reputación providencial, sagrada para los jóvenes aficionados que nos acompañan. Una influencia tan concreta como atmosférica que desarrolla una capacidad de futura inducción viajera. Las camisetas del Valencia Basket y el Barça se entremezclan entre los viajeros. Se advierte la capacidad del tren como una grada. El Ave en el que viajamos reparte magia entre los aficionados que vuelven hacia Valencia y roza el doble-doble. Doble composición con cerca de 700 viajeros con destino a la capital del Turia.
Algunas caras reflejan un manojo de preocupaciones, que se confirman por bandos, según avanza el equipo contrario en busca de la canasta. Al pisar la línea de tres el alero fetiche del equipo rival se incrementan los cuchicheos. De manera inconsciente, nos convertimos en espectadores que miran con idéntica curiosidad la pantalla que al resto de viajeros.
La redundancia del partido impone sus rituales de ida y vuelta por el pasillo. Obligatoria la concordia y el silencio. La convocatoria inmediata en el coche cafetería es un elemento acelerador al que, como uno más, nos entregamos. “Triplazo” gritan. El Play Renfe alivia a unos aficionados, inicialmente, huérfanos de imágenes. “No me lo esperaba”. Es tiempo de que la luminosa conectividad demuestre su potencial. Y claro que lo consigue. El interior del Ave se convierte en una grada catódica de incondicionales. El viajero de al lado se destapa con un monumento al escapismo forofo tras llegar al descanso… “Amunt Valencia”. Por imperativo de la causa del baloncesto uno se puede abandonar al partido, con llama emocional moderada, sin grave riesgo para la integridad de sus relaciones familiares que viajan en el asiento posterior apoyando al rival.
«La convocatoria inmediata en el coche cafetería es un elemento acelerador al que, como uno más, nos entregamos. “Triplazo” gritan».
Si somos capaces de elevar la mirada, siquiera un instante, por encima de nuestra tablet comprobamos que el silencio se apodera del coche. El seguimiento no es una coartada para frustraciones e instintos incontrolables. Los viajeros demuestran ser un público entendido, sensible a la calidad y belleza del juego. Parecen impermeables a cualquier comentario. Hay un hilo de continuidad renovado, canasta a canasta. El tren se convierte en un campus de aficionados gigantes. Caminando por el pasillo observo un jugador infantil haciendo estiramientos, su flexibilidad es similar a la tarifa que la compañía ofrece a sus viajeros, ofertas puntuales y recurrentes en todos los servicios de Alta Velocidad.
Oficializamos el fichaje de un nuevo compañero de tertulia, ferroviario y amante del baloncesto, que viaja hacia Valencia después de seguir al equipo de sus amores, el Valencia Basket, por toda España en épocas pasadas. La conversación se transforma en una “masterclass” impartida por este excelso aficionado que observa con devoción el encuentro.
A nuestro lado, el rostro de dos viajeros expresa el tedio que suelen mostrar quienes escuchan y observan por obligación, sin entender ni preocuparles nada de lo que sucede. Las asistencias del servicio de a bordo se multiplican, minuto a minuto, mientras redistribuyen juego entre los viajeros que demandan atención… “Por favor dos cervezas y un agua”.
A veces, las quinielas acostumbran a precipitar los efectos contrarios a los deseados. El placebo resultadista de los tres primeros cuartos nos describe que la euforia no es perpetua y la felicidad se reivindica solo a ratos. La tregua antes del asalto final multiplica el estrés y dilata los límites de las apuestas en forma de porra accidental entre tres viajeros instalados cómodamente en la barra lateral. La realidad final del partido dejará pronto en evidencia las previsiones y las apuestas realizadas.
«Caminando por el pasillo observo un jugador infantil haciendo estiramientos, su flexibilidad es similar a la tarifa que la compañía ofrece a sus viajeros, ofertas puntuales y recurrentes en todos los servicios de Alta Velocidad».
Con la parada en la estación de Requena-Utiel hay quien da por concluida la retransmisión cuando su equipo pierde fuelle y distancia. Los lamentos son barridos por la rapidez y la eficacia de las imágenes. Pero el viaje aún no ha terminado. Queda el último cuarto. No hay nada que no sea singular y memorable en el final del partido. “Ale hop”. Con el mundo deportivo detenido, el desenlace se cuela en el interior del Ave. De manera inconsciente, nos convertimos en espectadores que miran con idéntica curiosidad al móvil que al resto de viajeros.
El tren no baja la presión en busca de robar viajeros al automóvil. Al contraataque, con ofertas promocionales rotundas 2X1 y hasta un índice de aciertos habitual… perdón, descuentos que llegan hasta el 70 por ciento.
El Ave no ha bajado el ritmo desde su nacimiento, camino de 28 años, mientras otros medios de transporte, piden tiempo muerto, a sus clientes y empiezan a flaquear sus fuerzas logísticas y comerciales. El repertorio de posibilidades es incuestionable.
Al llegar a la estación de Valencia Joaquín Sorolla nos encaminamos por el andén donde vemos salir a varios aficionados como meteoros envueltos con las camisetas de sus equipos favoritos en busca del desenlace final. El dúo interior de viajeros del coche 4, lidera el asalto hacia el vestíbulo de salida tras llegar al destino en apenas 100 minutos de viaje con la segura victoria de la puntualidad.
Todos los viajeros del Ave se convierten en gigantes del tiempo y la comodidad. Ave & Basket, vías paralelas.
Texto: Tino Carranava
Fotomontaje: M A Patier / M Magán / A Domingo
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