Nos han parado la marcha de repente y poco a poco también. Nos han detenido a los viajeros, dicho así en impersonal, porque ¿cómo se dirige uno a un virus que nos obliga a tener nostalgia del futuro, a pensar ya en tantos planes que no se harán realidad? Hasta ahora, tras el gran eclipse, hemos viajado, hemos podido mal que bien sortear las pruebas, nos hemos sometido a obstáculos no demasiado duros para demostrar que no habíamos contraído la enfermedad, papeles que hemos tenido que enseñar en fronteras, de nuevo cerradas o sólo entreabiertas como en los tiempos oscuros.
Pero ahora vienen de nuevo, y aquí están otra vez las suspensiones del porvenir. Para los que gustamos de movernos de un lado para otro, los que sentimos que somos comparables a esos zumos de botella que hay que agitar para que lo bueno no quede en el fondo, los proyectos viajeros son como la vitamina, el hierro y los hidratos que nos hacen andar y ser visionarios privilegiados de una realidad: este mundo no puede limitarse al lugar donde nacimos, trabajamos o vivimos demasiados años.
Somos trenes en espera en la estación, barcos atracados, coches encerrados en un garaje y con la funda puesta. Máquinas de transporte que si tuvieran ojos los tendrían ahora velados por la tristeza si no fuera porque el motor les sigue funcionando y están ahí, llenos los tanques de esperanza en que pronto o tarde una mano vendrá y le dará a la llave de encendido, mientras la otra ha mantenido el mecanismo engrasado, presto.
Se nos estrechan las fronteras del alma cuando no se nos permite atravesar las de la Tierra, cuando las precauciones humanas encarcelan los deseos de conocer lo que hay detrás de la siguiente esquina, bajo los suelos milenarios, sobre tantas orillas ignotas, dentro de tantas conversaciones aún no habladas.
Pero los viajeros no somos de lamentarnos. Encontramos nuestra fuerza en los viajes pasados, en compartirlos con los amigos, y también en soñar ya con el próximo año o en cuanto arranquemos de nuevo, volar sobre las vías y sí, sí, sí, hacer sonar, innecesaria y alegremente, el silbato.
Texto: M. Muñoz Fossati es Periodista. Autor de ‘Un corto viaje a Creta’ y coautor de “Trenes por el mundo” (Anaya Touring) y el blog “Mil sitios tan bonitos como Cádiz”
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