El ocre es un color, eso lo sabe todo el mundo. El ocre es también un paisaje, y no sólo sobre un lienzo. En ocre también se puede bañar uno si visita ciertos pueblos de Provenza y pasea ciertos senderos hasta acabar, si uno no anda listo, teñido en ese tono amarillento y rojizo a la vez, llamémosle carmesí. Puede llegar a ser incluso un medio de vida para comunidades enteras. Es un mundo, pequeñito pero singular, que se puede resumir en unas cuantas calles de un casco antiguo: el del pueblo de Roussillon.
Este es un punto rojo en el mapa de Francia que durante muchos años vivió precisamente de la explotación de sus minas de ocre y de su comercialización para ser utilizado en pinturas y cerámicas. Como una mina artística, podríamos decir. Aún hoy, el pueblo aprovecha en buena parte esta estela colorida. En sus afueras se encuentra el Sentier (sendero) des Ocres, con dos recorridos que se pueden hacer en aproximadamente media o una hora y que consisten en un paseo con algunas pendientes y pasarelas entre pinares y castañares, pero sobre todo por paisajes de barrancos que se podrían llamar lunares o marcianos, con el mineral de ocre en la superficie.
Un goce sorprendente en el que no dejar de disparar la cámara, sobre todo si el día es soleado y todas las tonalidades del ocre se mezclan como en un cuadro puntillista o impresionista. Mucho cuidado hay que poner en no llevar prendas blancas porque pueden quedar teñidas para siempre.
Mucho más ordenada es la paleta en el caserío de Roussillon. Allí, una normativa municipal obliga a los vecinos a pintar sus fachadas en cualquiera de las aproximadamente 40 tonalidades del ocre. La imagen del conjunto es hermosa, incluso aumentada si la lluvia o el sol degradan de manera natural los colores de las casas. Por eso andar por las calles es una sorpresa en cada esquina. Al final del pueblo, un poco antes del sendero se encuentra el Conservatoire des Ocres et de la Couleur, que no es más que un centro y taller artístico en donde además el visitante puede aprenderlo todo sobre el ocre, su historia y sus aplicaciones.
Roussillon se encuentra en la comarca de los pueblos de montaña del Luberon, y muy cerca de localidades muy visitadas por sus bellezas, como Gordes y Bonnieux, esa Provenza escondida y alejada, pero no demasiado como para hacerla inaccesible, de imanes turísticos tan importantes como Aviñón y Aix en Provence. Los campos de lavanda florecidos en verano y las viejas abadías románicas y góticas entre colinas verdes aumentan su atractivo. Y el baño de color está asegurado.
Texto y fotografías: M. Muñoz Fossati es Periodista. Subdirector de Diario de Cádiz. Autor de ‘Un corto viaje a Creta’ (Anaya Touring) y el blog “Mil sitios tan bonitos como Cádiz”.
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