Allí, observando la estatua de Fray Luis de León frente a la Universidad de Salamanca, viene el recuerdo de aquella, su frase famosa pronunciada al reintegrarse a las clases tras un periodo de prisión indebida, “decíamos ayer”, como si el tiempo no hubiera pasado, como si las clases que daba no se hubieran interrumpido. Ahí, viendo esa maravilla que es la fachada de la universidad salmantina, viene a la retina las imágenes que nos han dado los libros de la cantidad de personajes ilustres que por aquí han pasado. Pero bueno, hablemos de Salamanca y luego retornaremos a este púlpito de enseñanza, a este altar de cultura.
Hay que comenzar por la Plaza Mayor, ese entorno barroco que se ha convertido en el epicentro de todo lo que se mueve en la ciudad. Una plaza que siempre ha rivalizado con la de Madrid por grandeza y maravilla arquitectónica. Precisamente a su alrededor se comienza a vislumbrar, a sentir, lo que es una ciudad alegre, universitaria y viva.
La del Casco Viejo, Patrimonio de la Humanidad desde 1988. La que cuenta con un rico legado monumental, con rincones de un sabor especial, con encrucijadas donde hubo historias pasadas de personajes curiosos e interesantes que quizás las propias piedras puedan contar. Un recorrido a pie sin trazar un itinerario determinado, tan sólo dejarse llevar por la magnificencia. Y disfrutar, tanto del Barrio Viejo, como del sabor de lo moderno.
Aquí la Casa de las Conchas, del siglo XV, gótica, que cuenta en su fachada 350 conchas. Allí, el Campo de San Francisco, jardín, pulmón de la ciudad que se encuentra sobre los restos de San Francisco el Real. Acá la dos catedrales, la Vieja, del románico del XII; la Nueva, del gótico del XVI. De ellas no me atrevo a contar nada, es tal su belleza que no me puedo permitir describirlas. Hay que verla, hay que entrar en ellas y degustarlas. Tan sólo señalar que se juntan en el Patio Chico.
Ojo, que por aquí anda el huerto de Calixto y Melibea, no se lo pasen. Ahí, dicen, se labró la historia del clásico literario La Celestina. Más edificios nobles que ver: Palacio de Monterrey, plateresco, siglo XVI; Palacio de La Salina, también plateresco. Caserones, conventos como el de San Esteban, del plateresco del XVI, el de las Dueñas, ¡que magnífico claustro¡. La Torre del Clavero, resto de un castillo o palacete del siglo XV… Y no olvidarse de la Cueva de Salamanca, de ese lugar donde se vivía la magia negra y que dio lugar a más de una leyenda, y a alguna que otra referencia literaria. Si ir más lejos, en Cervantes la encontramos.
Pero falta lo fundamental. Nos falta lo que anunciábamos al principio. Nos falta plantarnos ante uno de los puntos de encuentro más importantes de Salamanca, sin desmerecer a sus iglesias, conventos… En efecto, ahí está presente la Universidad, esa enseña del saber fundada en el año 1218 por Alfonso IX de León, a la que se confió el título de Universidad por el rey Alfonso X el Sabio en el año 1252, consagrándose así como la primera universidad europea. Allí se defendía siempre una máxima que ha pasado de generación en generación y que perfectamente puede resumir lo que esta universidad representó, representa y representará: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta”.
Su fachada, plateresca, se divide en tres cuerpos. En el primero aparecen los Reyes Católicos con el reconocimiento a su apoyo a este templo del saber. En el segundo hay representaciones de Carlos V, de Juana de Castilla, de emperadores y generales romanos. Y en el tercero está un Papa hablando a seis varones, imagen que aparece en el escudo de la Universidad. No está claro si se trata del Papa Luna o de Martín V. Y a su lado alegorías con Hércules y Venus.
Pero hay, ahí, uno de los símbolos que encierra mucho más de lo que se puede suponer. Allí, en la fachada, se encuentra un misterio por descubrir. No es fácil de encontrar, no es sencillo de ver, y por eso se dice que quien la observa rápidamente va a tener suerte en los estudios. Escondida entre los arabescos platerescos se encuentra una pequeña rana encima de una calavera. ¿Símbolo de que? Pues hay quien dice que simboliza el “carpem diem”, el “aprovecha el momento”. Porque la rana es algo tan importante como la vida que disfrutar. (se apunta que incluso la lujuria) y la calavera, pues ya se sabe. Unamuno, rector a la sazón, que también podía haberse unido al “decíamos ayer”, comentó varias veces que esperaba que “los alumnos vengan a estudiar, no a ver si pueden encontrar la rana”.
Salamanca es pues una población dinámica que vive su historia y su cultura. Cierto que hoy en día las cosas han cambiado con respecto a esos siglos XV y XVI, pero ,afortunadamente, aún no ha perdido su sabor universitario. Y ya que hablamos de los universitarios, no debo dejar de mencionar dos tradiciones muy curiosas: una es la celebración del fin de año universitario, justo de cara a las vacaciones de Navidad, donde todo es alegría, chanza y buenos deseos para el año próximo. Y otra ancestral que viene de los tiempos de Felipe II, y que (perdón por la expresión) se conoce como la celebración del “Cura Putas”.
Esta última, que como se ha dicho data de tiempo de Felipe II tiene su origen en la prohibición que realizó este rey para que durante la Semana Santa no hubiese prostitutas en Salamanca y todas fuesen recogidas en un campamento levantado al otro lado del río y vigiladas por un sacerdote. Pasada la Pascua, el lunes las mujeres regresaban a Salamanca atravesando el río en barcas, y los estudiantes iban a buscarlas y comían y bebían juntos.
Llega el atardecer y las luces nos dan otra visión diferente de los lugares salmantinos. Nos ofrecen momentos mágicos que hay que dejar que fluyan en el interior del visitante.
Texto: J. Felipe Alonso es Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.
Fotografía portada: Mariusz kluzniak / Visualhunt
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