Uno de los bosques más bellos de castaños que existe en el planeta, se esconde en El Tiemblo, a menos de una hora de Madrid. En la rica provincia de Ávila, en la Reserva Natural del Valle de Iruelas, se encuentra un inmenso castañar colmado de majestuosos ejemplares centenarios que se funden con robles, alisedas, avellanos, pinos y acebos. Una Senda que sumerge en un mundo de colores, en un soñado bosque de colosos, casi exclusivo en su especie.
El Tiemblo
Muy cerca de El Tiemblo, se esconde un bosque de fábula, donde se podrían recrear miles de leyendas, entre sendas cuajadas de castaños. Aquí los espigados ejemplares se alzan solemnes, casi rozando el cielo de la increíble Reserva Natural, ubicada en estas antiguas tierras castellanas.
El Tiemblo merece una visita, antes de disfrutar de su bosque. Su parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, resulta curiosa. No está acabada, ya que casi todos los canteros de la época, fueron reclutados para trabajar en el Monasterio de El Escorial, y además, posee una interesante torre del XV. En El Tiemblo no hay que perderse los Hornos de las Tinajas de principios del siglo XIX, construidos para cubrir la gran demanda que existió en la época, cuando Carlos III autorizó la plantación de viñedos, con el objetivo de acabar con el tremendo desempleo de la época.
Un paseo entre pinos, jaras y robles
Para llegar a La Senda del Castañar hay que ascender por una pista ancha de unos siete kilómetros. Durante la subida el paisaje es bellísimo, con un magnífico bosque de pino resinero, donde pastan las famosas reses de Ávila, y la espectacular garganta del Yedra.
Aquí hay un monumento a Félix Rodríguez de la Fuente, para recordar que el naturalista rodó aquí documentales sobre el buitre negro, una rapaz en vías de extinción. Al final de la pista aparece el puente de piedra que salva el arroyo de la Garganta, y que accede a El Regajo, una pradera ideal para descansar antes de comenzar la Senda del Castañar.
La Senda del Castañar, un bosque de fantasía
En la entrada de este esplendido vergel, un joven robledal da la bienvenida, y un nada más pasarlo, aparece una sinfonía de abedules, cerezos silvestres, y avellanos. El camino asciende ligeramente, y pronto surge el majestuoso bosque de esbeltos y longevos castaños, que se alzan infinitos hacia el cielo.
Bordeando suaves desniveles, asoma en una bifurcación, la fuente de Los Cazueleros, donde hay que tomar el camino de la derecha. Al final del camino se abre una explanada en la que está el acogedor refugio de Majalavilla.
El albergue, que casi siempre tiene leña en el exterior para encender su chimenea, se ubica en un conveniente cruce de caminos. Al parecer, a mediados del siglo pasado muchos tembleños pasaban largas temporadas en el monte como ganaderos, agricultores, o trabajando en la madera. Para que pudieran guarecerse, se construyeron seis albergues en lugares estratégicos de la montaña. Este, es el más grande y el mejor conservado. Desde Majalavilla hay que descender por el camino hasta encontrar un pino resinero, provocador por su gran talla, y bien alimentado por el nutritivo sustrato de la zona. Aquí los pinos alcanzan más de 40 metros altura.
El Abuelo, el señor del bosque
El Abuelo, es el coloso de la Senda, el señor del bosque, el soberano de savia lenta que reina en esta arboleda. Es un castaño monumental de más de 500 años, con 19 metros de altura y más de 13 de diámetro, y a pesar de estar totalmente hueco, siempre rebrota en primavera.
Cuentan los mayores del lugar, que en su interior se podían resguardar grandes rebaños de cabras. Su tacto, su madera, su ubicación, y su inmensidad, tienen un halo mágico. El camino sigue hacia la zona más solitaria de este bosque fascinante, donde el tintineo del agua y la frondosidad, hechizan.
El arroyo y sus saltos de agua es el paraíso para truchas, y nutrias. Aquí, los centenarios castaños se mezclan con los robles, y forman un increíble contraste de colores y texturas. Guiados por el Yedra, llegamos a la placida pradera de Garrido, donde el bosque se abre.
Valorado por los romanos
En esta llanura hay otra bifurcación de la que se toma el camino de la izquierda, donde después de atravesar un pequeño rebollar, se llega al Castañar del Resecadal. Este rincón está cuajado de robustos troncos, de enormes y perfectas copas. A los pies de su tronco acumulan frutos envueltos en cúpulas espinosas en forma de globo. Estos titanes cuentan con una edad media de 150 años, aunque hay ejemplares que pueden vivir hasta 1000 años. A través de la historia, el castaño ha sido un árbol muy cotizado, sobre todo en la época de los romanos.
Era un alimento básico para las legiones por su fácil transporte y valor energético. Así que promovieron su plantación, y distribución. En esta parte del sotobosque, gracias a la excelente calidad de la tierra, conviven con el castaño, saúcos, fresnos, cerezos silvestres, olmos, acebos, avellanos y majuelos, un manjar para ardillas, jabalíes, ginetas, y corzos. Algo más adelante se alza el Castaño Codao, singular por su viejo tronco central, del que nacen rebrotes que crecen con fuerza.
Desde aquí arranca el descenso por un camino sinuoso y con gran pendiente, donde llaman la atención las enormes rocas graníticas que salpican los márgenes del sendero. Continuando por la pista, aparece un cruce donde hay que tomar el camino de la derecha, para llegar de nuevo al puente de entrada a la Senda del Castañar.
De princesa de Asturias, a reina de Castilla
No hay que dejar esta sensacional tierra sin visitar el conjunto escultórico de los Toros de Guisando. En la margen izquierda del arroyo Tórtolas, junto a la Cañada Real, se encuentran los espléndidos Toros de Guisando. Son cuatro esculturas de granito de la época los vetones. Estas tribus de origen celta poblaban, antes de la llegada de los romanos, las provincias de Ávila, Salamanca y Portugal .Se cree que los toros se esculpieron en la Edad del Hierro, entre los siglos II y I a.C. Al parecer, para los vetones la ganadería era fundamental para su subsistencia, por ello tallaron estas esculturas protectoras de los animales.
Este lugar da nombre al Tratado de los Toros de Guisando, porque en el siglo XV, aquí se rubricó el compromiso entre el rey Enrique IV, y su hermanastra Isabel I de Castilla. Mediante esta firma, Isabel se proclamó Princesa de Asturias, y heredera al trono de Castilla. También es conocido como la Venta Juradera, y de aquel acontecimiento, que marco la historia de nuestra península, sólo se conserva un pequeño muro.
Texto y Fotografías: Irene González es Periodista y amante de la fotografía / @gys_com GsComunicacion
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