Cada rincón de Sepúlveda entremezcla historia y magia. Recorrerla es retroceder al medievo, disfrutar de la calidez de sus gentes, y degustar una gastronomía sin igual.  Pero además, supone adentrarse en la naturaleza más impactante, la del Parque Natural de las Hoces del Duratón. Esta sorprendente villa segoviana, a no más de 130 kilómetros de Madrid, está situada sobre una gigantesca peña, que a modo de balcón natural, asoma al río Duratón, una inmensa reserva natural de flora y fauna. Sin duda, no hay mejor plan de fin de semana, que perderse entre sus veredas.

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Vuelta al medievo en Sepúlveda

Un inmejorable punto de partida para recorrer la Villa de Sepúlveda es la Plaza de España, lugar de encuentro de foráneos y forasteros. En esta emblemática plaza, de corte rectangular y parcialmente porticada, se celebraban, desde el año 1600 hasta casi finales del siglo pasado, ferias, corridas de toros, bailes y mercados. En sus orígenes estaba fuera de los muros, y en el siglo XVII, adosada a los muros del castillo, se construyó una magnifica casona coronada por un gran reloj que marca el ritmo de los sepulvedanos.

Cómo llegar a Sepúlveda

La Plaza de España, desde la que se contemplan los torreones del castillo, es el reino del tapeo, del cordero lechal asado, y la sopa castellana. Y por supuesto, de las dulces exquisiteces que cuajan las vitrinas de sus aledañas y antiguas pastelerías. También cerca de la plaza está la Iglesia de San Bartolomé, románica del siglo XI, y a partir de ella, el camino natural es adentrarse en la villa por la puerta románica con arco de medio punto, conocida como el Ecce Homo, o Arco del Azogue.

LLegar a Sepúlveda y Segovia en tren

Nada más cruzar el arco, las calles de Sepúlveda transportan a la Edad Media. Cada rincón es una sorpresa. La Travesía de los Caballeros Pardos, el Palacio de Sepúlveda, la Casa del Moro y su potente fachada plateresca, las correderas y travesías decoradas con sabor castellano, y las casonas que delatan la antigua riqueza de la villa, son una delicia.

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Aquí está la iglesia de los Santos Justo y Pastor, convertida en el Museo de los Fueros, con una interesante cripta e importantes esculturas. No muy lejos, en el barrio de San Millán, está el Postiguillo, una parte de la muralla estupendamente conservada, de construcción árabe y visigótica. Otra iglesia románica que hay que inspeccionar es la del Salvador, por su magnífica galería porticada.

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Subiendo por la calle de los Santos Justo y Pastor, se llega a Nuestra Señora de la Peña. Del siglo XII, una de las joyas del románico, esconde un maravilloso retablo barroco del siglo XVIII, y una talla de la Virgen de la Peña. Merecidamente, Sepúlveda fue declarada conjunto Histórico Artístico a mediados del siglo pasado.

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Tras la iglesia está el Mirador de la Peña, ubicado sobre una de las hoces más impresionantes del Duratón. De este privilegiado observatorio sale una pequeña senda que conduce hasta el sensacional cabo, desde el que se divisa una postal bellísima de Sepúlveda. Pero lo más impresionante del macizo es, si no se tiene vértigo, los secretos que guarda en su fondo. El río que forma un profundo meandro encajado en la roca, la arboleda, caballos salvajes, cortados, nidos de polluelos en las paredes, y buitres leonados sobrevolando majestuosos, conforman una panorámica insuperable.  Además, desde este macizo se divisa la villa en todo su esplendor.

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Un Parque Natural cuajado de tesoros

El Parque Natural de las Hoces del Duratón es un tesoro por su impresionante flora, su rica fauna, y las majestuosas aguas de sus ríos Duratón y Castilla, que discurren a lo largo de más de 5000 hectáreas de extensión.  Este oasis en plenas tierras castellanas, fue declarado, por Ley de las Cortes de Castilla y León, Parque Natural en el año 1989. Una inmejorable zambullida en el Parque, es recorrer la Senda de los Dos Ríos, una ruta circular de impresionantes parajes. El Mirador de la Virgen de la Peña, donde la panorámica es inigualable, supone el mejor punto de partida para una travesía con duende.

Desde aquí, se divisan las profundidades del cañón cuajadas de paredes con recovecos donde las aves hacen sus nidos, así como la fuerza del río, y una potente vegetación. El contraste de color, el rojo y ocre en las paredes, el amarillo y verde en los árboles y musgo, y los azulados en el agua, es magnifico.  El impresionante cabo de la Virgen de la Peña es el punto de partida para la recorrer la Senda de los Dos Ríos. A partir de aquí, se camina por parameras, bosques de ribera, y cortados siempre acompañados por las siluetas de los buitres leonados que sobrevuelan majestuosos el cielo.

Tras el Mirador de la Virgen de la Peña un agradable camino lleva a la icónica Puerta de la Fuerza, una de las entradas de la muralla medieval, construida en el XI para cerrar la ciudad.

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Continuando el sendero, el cañón del Duratón aparece en todo su esplendor, con sus impresionantes rocas que se formaron en el cretácico superior hace 60 millones de años, aderezados por el aroma a espliego, a tomillo y mejorana, que rezuma en esta parte alta del páramo.

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El agua de la vida

Al descender al río aparecen interminables sauces, fresnos, chopos y alisos, por los que revolotean alegres y ruidosos pinzones, ruiseñores y petirrojos. A la izquierda está el Puente Picazos, que construido sobre pilas romanas, permite cruzar el Duratón, para continuar por la senda paralela al río, un verdadero bosque encantado.

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Más adelante hay una gran chopera, donde a la izquierda está la antigua casa de la Huerta del Obispo. La vereda llega hasta una gran subida por la que se alcanza la pasarela del ICONA. El camino es tan estrecho que hay que avanzar pegados a la roca, y así podemos disfrutar de las especies que sobreviven en ella. Zapatitos de la Virgen, ombligo de Venus, hiedra, y té de roca, subsisten magníficos entre los huecos de la piedra.

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La Fábrica de la luz y la Silla del Caballo

A lo largo del camino el Duratón confluye con el río Castilla. A partir de aquí, el Duratón se hace más ancho, y es contenido por La Presa de la Fábrica de la Luz, donde habita el visón americano, el mirlo acuático, el Martín pescador y el ánade real.

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Desde aquí se atisba el antiguo edificio que generaba luz a principios del siglo pasado, y al fondo se divisa la Silla del Caballo, un impresionante pliegue geológico. Por la senda de la izquierda se llega al Puente de Talcano, que debió ser esplendoroso en su época, y del que quedan las pilas y un sensacional arco. Más adelante se alza en todo su esplendor la Silla del Caballo, así como unas magnificas vistas del río Castilla. Y bajando la ladera, se llega al Puente de Palmarejos, la antesala de un pequeño bosque de ciruelos, chopos, sauces y aligustres. La estrecha y revirada senda lleva hasta La Puerta del Castro, de la que solo queda en pié un lienzo. Y avanzando por el camino sobre el cortado, se alcanza la puerta medieval de Duruelo, una de las más importantes de la Villa. Cerca está el antiguo pilón, y más adelante, las empinadas escaleras que adentran de nuevo en la Villa de Sepúlveda, y que ponen fin a un mágico recorrido.

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Texto y Fotografías: Irene González es Periodista y amante de la fotografía @gys_com GsComunicacion

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