La ciudad no es distinta a cómo te la imaginas cuando te recibe cualquier día que no sea  San Fermín. Es la misma de muchas otras maneras; más cercana,  más auténtica.  Visitarla en la intimidad, sin el bullicio que la asemeja a Babel, las charangas ni  la uniformidad cromática en rojo y blanco,  te descubre un lugar que cobra su verdadera dimensión, alejada de la enorme lupa que Hemingway colocó sobre ella cuando se enamoró a primera vista y la retrató en “Fiesta”.

A diferencia de otras ciudades mundialmente visitadas, Pamplona ha sabido reivindicar con acierto su personalidad sobre su personaje; escapar de la caricatura.  Descubre siete pistas para conocerla mejor:

  • La Plaza del Castillo, que los pamplonicas denominan “el cuarto de estar”. Dicho tanto, uno lo entiende mejor cuando se encuentra en el centro de la plaza y visiona las calles que desde allí parten, las casas del siglo XVIII, el kiosko y los establecimientos con encanto alrededor: el Iruña (que te transporta décadas atrás al atravesar la puerta de idéntica manera a la escena de “Midnight in Paris” de Woody Allen.  Y es  que Hemingway  continúa apoyado en la barra, eso sí hecho estatua). También está su huella en el Gran Hotel La Perla o el bar Txoko.
  • Callejea desde la plaza del Ayuntamiento; te sorprenderá el tamaño del edificio consistorial por recordar tantos txupinazos y cómo será posible que quepan en la plaza abarrota. Es un buen punto de partida para recorrer la Estafeta y todas las calles estrechas del Casco Viejo. Además de rememorar el encierro, te sentirás un navarrico más si paseas junto a fachadas de rico ornamento en maridaje perfecto con cualquier bar o restaurante que encuentres al paso: prueba las potxas, el bacalao ajoarriero y las magras con tomate. Txistorra de picoteo y copita de patxaran como digestivo.
  • La Ciudadela y su Muralla; son frecuentes las actividades que se organizan en ella. Orgulloso cinturón de piedra que esconde rincones con vistas privilegiadas. El más querido: el rincón del Caballo Blanco y la plazuela de San José, al borde las murallas; se trata de un enclave lleno de encanto y con connotaciones medievales. Un perfecto mirador hacia el norte y este de Pamplona. La terraza del mesón que allí se ubica es visita imprescindible.
  • los Jardines de La Taconera, y su pequeño zoológico con ciervos, patos, conejos y pavos reales. La barandilla o mirador que se abre desde la calle Navas de Tolosa es uno de los puntos favoritos de los niños de la ciudad. Además, Yamaguchi, parque oriental en cuyo diseño han participado paisajistas nipones. En su interior se encuentra el Planetario con diferentes programaciones y espacios expositivos, cuenta con la cúpula más grande del mundo con 20 metros de diámetro.
  • La Catedral de Santa María, la sobriedad de su fachada contrasta con la estética gótica del interior. En cuestión de iglesias y santos, una curiosidad: el 29 de noviembre es San Saturnino, patrón de Pamplona, y nos sirve de excusa para aclarar que San Fermín no es el patrón de Pamplona, ni siquiera es el de Navarra, que es San Francisco Javier. No te vayas sin visitar la capilla de San Fermín, en la Parroquia de San Lorenzo.
  • Museo de Navarra:antiguo hospital cuya visita es imprescindible para entender el arte y la historia de Navarra desde la prehistoria hasta nuestros días. En él podrás admirar piezas tan relevantes como la arqueta mozárabe de Leire o el retrato del Marqués de San Adrián, de Goya.
  • Mejor si haces coincidir tu visita a Pamplona con algún espectáculo que se celebre en el Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra Baluarte, claro ejemplo de la arquitectura moderna de la ciudad, así como referente cultural.

Verónica Portell es Periodista