Y tras la primera entrega de ´Viaje a Sevilla con niños en tren, sí gracias´, llega ´Un billete solo a Barcelona, gracias´. Es necesario hacer de vez en cuando un viaje sola, de soltera, o single como dicen ahora, a donde sea, ya sea para enriquecerse realmente de la cultura, el turismo, el ocio, la gastronomía, ir de compras, o simplemente pasear sola consigo misma sin niños, incluso sin pareja, no por nada, sino porque una se va más tranquila cuando los niños se quedan con el papi sin tener que recurrir de nuevo a los amables abuelos a los que tenemos ya cansados entre semana. ¿Y por qué no pasar aunque solo sean 48 horas justas fuera de casa sola sin hijos? Así que aprovechando que tengo unos buenos amigos en Barcelona allí que me quería ir. Pero, ¿cómo iría? ¿Conducir yo sola casi 5 horas hasta allí? ¡Ah, no! ¡Qué aburrimiento (aquí es cuando se echa de menos a los niños) y qué cansancio…! Así que pensé, pues me cojo el tren. Compré mi billetito por Internet para mi ¡sola!, mucho más fácil para elegir asiento. Lo encontré para el viernes a las 17.53 horas, ¡perfecto!, y me fui a Logroño a por el Alvia que me pudiera llevar a la ciudad condal.
La pregunta aquí era, ¿Quién me va a tocar de compañero? Yo por si acaso cogí ventanilla, que a una mala, oye, una se distrae mirando por el horizonte, (y para qué engañarnos, con el móvil en mano se pasan horas y horas). Un viaje de 4 horas sin estar pendiente de los niños, de si se hacen pis, tienen hambre, se aburren, o simplemente quieren gritar o reñir para dejarte en ridículo! Uff… esa soledad tan ansiada en ocasiones…. ¡Qué bien! El viaje se me hizo rapidísimo, oí mi musiquita. Vi una peli, un poco mala, eso sí, pero me dio igual, porque nadie me dijo ‘mamá eso no me gusta, quítalo’. Y yo creo que hasta me dormí. Y mi compañero de asiento (muy majo por cierto), hasta conversamos algo, iba a Barcelona por negocios! Y yo por ocio y sola! Qué envidia le dio! ´sana, me dijo, envidia sana´. Pero, ¿cuántos años hacía que no me daba un homenaje?
Compañeros y recuerdos
Me encantó fijarme en las personas, volví a inventarme historias sobre las relaciones que podrían tener los acompañantes de viajes: ¿eran novios?, ¿hermanos?, ¿madre e hija? ¿amigas?, ¿hermanas?. Me encantó mirar a los ojos a los que como yo viajaban en solitario. Incluso saludar a personas que no conocía de nada. Porque esto es algo que ya no se hace, cada uno con su móvil último modelo no se fija en nada más que en su pantalla. Y gracias a esos escasos minutos tuve un dejá vu, y me vi en el metro de Madrid en uno de tantos momentos de las miles de horas que pasé en ese transporte durante 5 años de mi vida inventando historietas, mirando a los ojos y saludando a gente que no conocía. Pero eso era hace más de 15 años, cuando no había casi cobertura en el metro.
Y volviendo a la realidad, reconozco que ese momento yendo a Barcelona en el tren solo ocurrió en unos segundos en los que se fue la cobertura de los móviles, y hubo un paréntesis de comunicación y de silencio. Después volvió todo a lo mismo, y todos volvieron a pegar los ojos a las pantallas de los aparatos de última generación. Yo no, yo seguía disfrutando de mis 48 horas (justas, justas) en soledad. Cuando llegué a Barcelona eran las 22.09 horas y me esperaban mis dos amigos. Disfruté de la noche (solo un poquín), de la ciudad, la comida, la cultura, las compras, y de la noche otra vez el sábado, y de sus copas, claro (ainsss aparqué el vino Rioja, que mejor me hubiera sentado).
Así que al día siguiente, domingo ya, y a pesar del pelín de resaca (tampoco seamos exagerados) no me dio pereza volverme a mi Rioja, porque no tenía que coger el coche. Salí a las 14.10 horas, y en ese viaje de vuelta ya sí que no miré a nadie, solo dormí, (sin gritos, sin que nadie me molestase, sin tener que ir al baño cuando no lo necesitara). Llegó justo a las 17.50 horas. Había estado fuera de casa 48 horas justas justas (incluso le faltaron 3 minutos). Pero, cierto es que lo mejor de todo fue llegar a la estación de Logroño y ver a mi chico con mis niños. Esos abrazos y besos no los da nadie igual ni los suplen las miradas de desconocidos ni aún los buenos amigos. Así que, pensándolo mejor, voy a tener que irme alguna vez más sola, para darme cuenta de que lo que tengo y me espera es lo mejor del mundo.
Bárbara Moreno es Redactora en Noticias de La Rioja
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