Una estación de tren es una puerta abierta. Es un punto de partida en el que pueden dar comienzo mil y una historias. A partir de aquí todo es posible. En la sala de espera, minutos antes de que la historia dé comienzo, observo a los que serán mis próximos compañeros de viaje.

A mi lado hay una pareja de enamorados.  No dejan de mirarse a los ojos con una sonrisa luminosa.  Hablan en un tono tan bajo que a pesar de estar a poco más de un metro de distancia, no es posible escuchar su conversación.  Cada   pocas frases estallan en una incontrolable carcajada que la mayoría de las veces termina en un discreto beso contenido pero apasionando. Los dos pasan de los 50 pero el brillo en su mirada denota que han vuelto a los 17.

Un poco más allá observo a un joven absorto en su lectura. Devora un cuaderno con hojas repletas de anotaciones a las que va sumando asteriscos y subrayados fluorescentes. De vez en cuando lo abandona en el asiento de al lado y consulta con rostro circunspecto una página de internet en su móvil de la que obtiene, a juzgar por su expresión, nueva y valiosa información que rápidamente deja plasmada en los pocos espacios en blanco que quedan en sus apuntes.  En estas está cuando recibe una llamada telefónica de las de antes, en la que le saludan, le preguntan qué tal está, si ya está en la estación y a qué hora llega el tren. Además, le informan de que su abuela se ha empeñado en acompañar a su padre a recogerle a la estación para darle un beso de esos que solo las abuelas saben dar a esos nietos que se van de casa para estudiar en esa ciudad tan grande y tan lejana. Con una sonrisa se despide con un beso para su padre y otro para su abuela, sabiendo que en apenas unas horas estará abrazándoles. Inmediatamente vuelve a sumergirse en sus anotaciones.

Un poco más allá hay un grupo numeroso formado por gente de todas las edades. Hay una pareja que pasa de los setenta, tres que pasan de los cuarenta y tantos y un grupo de jóvenes que rondan los veinte. Están muy animados y rápido se aclara el misterio de tan peculiar equipo. Van a pasar todos juntos unos días para celebrar las bodas de oro de los abuelos. -Ahora una foto con todos los nietos- reclama la abuela entusiasmada. Rápidamente una de las mujeres que pasa de los cuarenta pide que le hagan una foto con sus dos hermanas y con su madre, a lo que sus respectivas parejas responden que ellos también quieren una de los cuñados con el suegro. Las risas y la charla animada se suceden cuando llega el momento de subirse al tren.

Todos recogemos nuestro equipaje y con el billete en la mano recorremos el andén hasta llegar a nuestro correspondiente coche.  Una vez acomodada en mi asiento y con el sonido de las puertas que se cierran y el suave movimiento del tren, vuelvo a pensar en esa puerta que se abre ante todos los que viajamos allí y en las aventuras que nos encontraremos en nuestros destinos.

Sonia Martínez Jiménez es Fotógrafa, Escritora y Viajera.