Las antorchas iluminan las calles zamoranas. Las cofradías avanzan lentamente portando sus pasos, ora acompañadas por cornetas y tambores, ora por un silencio mágico, ancestral, que tan sólo deja oír el sonido de los pasos de los nazarenos retumbando sobre las calzadas empedradas.
Ha comenzado la Semana Santa dentro de Zamora, “la bien cercada”, con la sobriedad que marca su carácter de castellana vieja y señorial.
La Plaza Mayor acoge, junto a la figura escultórica de los “Dos Nazarenos”, de Antonio Pefrero, de 1966, en la entrada de la iglesia de San Juan de la Puerta Nueva, el encuentro de cientos de personas que no quieren perderse los 11 pasos de la Cofradía de Jesús el Nazareno, aguardando con impaciencia la presencia del paso de la Virgen de la Soledad. Esperando que resuenen tambores y cornetas para iniciar su caminar por el casco viejo zamorano.
En otro instante de esa festividad que Zamora celebra desde 1273, y en otro lugar, es el silencio el que impera. Nadie habla. Las capuchas rojas de los nazarenos se mueven acompañando al Santo Cristo de las Injurias. Y se crea o no, es el silencio el que se escucha, tan sólo quebrado por el golpear en el suelo del paso continuado, constante, de los cofrades.
Hay mucho más en esta celebración sacra, una de las más importantes de España, pues tan sólo baste decir que en esta ciudad hay, nada más y nada menos que 16 cofradías o hermandades.
Pero… Zamora también cuenta con otros elementos que se pueden destacar y que merecen una visita. Si bien son notables en cualquier época del año, en esta semana guardan una relación mística especial.
Y es que, junto al río Duero, que la acompaña y protege, emerge el casco antiguo… Y a su alrededor la muralla. Esa que le hizo ser calificada de “la bien cercada” y del lema de “Zamora no se conquista en una hora”. Atravesarla es entrar en un nuevo mundo, en un conjunto medieval donde el visitante se va a encontrar con catorce iglesias románicas, engalanadas por la Semana Santa, pero interesantes en cualquier época del año.
La visita debe comenzar por la Plaza Mayor, ahora, a primera hora de la mañana casi vacía tras la espectacular reunión de los cofrades de Jesús el Nazareno. Desde ahí hay que decidirse si coger cualquiera de las calles que de ella parten hacia el norte o hacia el sur.
Buscando la calle Balborraz, iglesias románicas acompañadas de edificios de coloridos modernistas. Hay que avanzar lentamente degustando lo que se ofrece. En una plazuela un mercado interesante, al otro lado una zona donde poder congraciar el estómago con los famosos “pinchos”.
Del otro lado de la Plaza Mayor, partiendo de la iglesia de San Juan de la Puerta Nueva, quizás la zona más importante del casco viejo. Más iglesias románicas, y edificios nobiliarios. Una plaza con la figura del héroe Viriato que hace guardia frente al Palacio de los Condes de Alba Liste, actual Parador de Turismo.
Hay que avanzar hacia la catedral, no sin antes pasar junto al Palacio de Doña Urraca, también conocido como Casa del Cid; o bien, observar el Palacio de los Momos; la Casa del Cordón o la Casa de Arias Gonzalo que se muestra frente a la catedral.
El templo. Aires bizantinos, con su cúpula de techos escamados. Su interior, espectacular, que ahora huele más, si puede, a cera y devoción. En su crucero se eleva un cimborrio con un tambor de 16 ventanas. Junto a la catedral, sin rivalizar con ella, pero orgullosa, se eleva la Torre del Salvador, románica, de 46 metros de altura.
Pero el camino continúa hacia otro de los símbolos históricos zamoranos: el castillo. Del siglo XII, aunque remozado a lo largo del tiempo, se ofrece, impresionante, como compañero de, quien sabe cuántos avatares, nacidos junto al Duero. Con planta en forma de rombo, rodeado de foso. Tres torres apuntan hacia el cielo. Atravesar su puerta de arco apuntado. Y…cerrar los ojos, es sumergirse en la nostalgia, respirar profundamente y volver a abrirlos para recorrer la fortificación sin perder detalle.
Y un consejo. El atardecer. Nadie debe perderse las últimas luces de sol para llegar hasta el Puente de Piedra sobre el Duero, construido en el siglo XII, reparado tras una fuerte riada en 1556, y “degustar” todo Zamora cuando la luz comienza a caer y el caso viejo se enciende iluminando recuerdos de otros tiempos, haciendo soñar con aquellos momentos cuando la población recibió el título de “La Bien Cercada”.
Texto: J. Felipe Alonso es Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.
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