Desde la altura, sentado en una de las plataformas de granito que existen a los pies de La Manchuela, ahí donde dicen que el Rey Felipe II reposaba viendo cómo se iba edificando, piedra a piedra, el monasterio que quería dedicar a San Lorenzo, a aquel santo que murió martirizado en una parrilla por no renunciar a la fe cristiana, puedo observar esa obra que ha sido considerada como la “octava maravilla del mundo”.

Frente a mí, la parrilla majestuosa que forma la configuración del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, al pie del monte Abantos, un complejo que incluye un palacio real, una basílica, un panteón, una extraordinaria biblioteca, un colegio, el propio monasterio… Una joya que es preciso recorrer en toda su magnitud para entender el por qué de haber sido considerada esa “octava maravilla”.

Su estructura; su contenido; sus pinturas; esculturas, pergaminos, ornamentos litúrgicos; objetos suntuarios sacros; las tumbas reales, todo ello forma un conjunto que impresiona, porque además de ser lo que es; una agrupación de ideas arquitectónicas y de sentimientos místicos, es un lugar donde la paz reina y donde el silencio cuenta una y mil historias, porque aunque haya visitantes recorriéndolo, hay una especie de respeto innato que no vulnera su paz.

Ocupa una amplia plaza, donde se ha celebrado más de un evento importante en la historia de España. Frente a ella, unos soportales permiten adentrarse en la población de San Lorenzo. Un  conjunto de casas antiguas, de piedra, se combinan con otras mas modernas, manteniendo su singularidad.

Curiosidades de la construcción

Pero, más que de ese lugar, de lo que quiero hablarles es de una serie de curiosidades que emanan de la propia construcción del citado monasterio, no sin antes indicar que el primitivo pueblo, el principal, era el de El Escorial, unos pocos kilómetros más abajo del Monasterio, ya que San Lorenzo surgió de la estancia de los constructores de tan magna obra y de los monjes de la Orden de San Jerónimo que allí se asentaron mientras los canteros iban colocando piedra sobre piedra, aunque en la actualidad es la Orden de San Agustín la que ocupa el lugar.

Algo que muy poca gente conoce, y que parece emanar de una leyenda, es que no era precisamente ese lugar donde se iba a instalar tal edificio. Felipe II gustaba de pasar tiempo en una aldea de mayor altitud, Zarzalejo, unos diez kilómetros más al noroeste, donde había unas buenas canteras de granito, madera, agua, canteros, pero los vecinos del lugar no querían que allí se llevase a cabo esa construcción y durante dos años pusieron todas las trabas posibles a los deseos reales, hasta que el Rey dictó una frase que se ha hecho famosa “los habitantes de esta aldea son tan indómitos como los indios caribes”, y decidió buscar otro emplazamiento. (Caribes era una tribu aguerrida que habitaba en las Antillas y que combatían duramente a los exploradores españoles). Sin embargo, de las canteras de Zarzalejo salieron las piedras que dieron vida al Real Monasterio.

El otro lugar que se decidió era mucho más místico, dado que entre las gentes que habitaban El Escorial, se hablaba de que allí arriba, en la ladera del monte Abantos, existía una mina, un pozo con una galería que llegaba hasta el infierno, de ahí que haya quien apunte que el Monasterio se construyó para tapar la boca del reino del demonio.

Pero sea esta la razón o  bien otra, lo cierto es que el Real Monasterio de El Escorial, es una obra singular, única en el mundo, tanto por su estructura como por su contenido. Poder recorrer sus patios, visitar parte de su palacio, que ha sido residencia de la familia real española, y donde murió Felipe II, y reposan los restos de los reyes de España desde la finalización de su construcción en el año 1586, o extasiarse con su biblioteca, a la que yo comparo, y perdonen que lo haga así, por su magnificencia, con la del Vaticano, es una “gozada”.

Basta con escuchar sus piedras, sus rumores, sus silencios…

Un tren con vistas

Pero no quiero aburrirles con descripciones de lo que se puede encontrar en su interior, creo que lo mejor es que se desplacen hasta El Escorial, si lo hacen en tren van a tener un viaje con unas vistas increíbles, atravesando algunos bonitos parajes, y desde la estación, andando, cuesta para arriba, o en autobús, lleguen hasta la explanada donde se ubica.

Tras la visita, un recorrido por el casco de San Lorenzo, ver sus casas de piedra, el Real Coliseo de Carlos III; pasear, simplemente pasear. Incluso hasta la Casita del Infante y dar una vuelta por sus jardines, hacer que por un momento se pueda viajar en el tiempo y en el espacio, y meditar sobre cómo fue y cómo se hizo. Despacio, despacio, ese es mi consejo.

Y para acabar, les contaré una leyenda muy curiosa que algunos consideran unida a la mística de Felipe II y al infierno, aunque no tiene nada que ver con el demonio. Un día que estaba el rey visitando las obras, se escuchó ladrar a un perro, que no dejó de hacerlo durante horas. Felipe II ordenó que lo matasen porque le molestaba. Era una especie de mastín de pelaje negro. Cuando este rey ingresó en el Monasterio para morir en él, durante los días que duró su agonía se podía escuchar  todas la noches los ladridos de un perro que no acababan hasta el amanecer. Por mucho que lo buscaron nunca dieron con él, y cuando el rey falleció, los ladridos dejaron de escucharse.

¿Venganza del perro negro muerto por orden de Felipe II? No sé, cuando menos curioso.

Texto: J. Felipe Alonso es  Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.

Fotografías: José Javier Martín Espartosa / Visualhunt

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