Amanece y una capa de nieblina comienza a levantarse lentamente hacia el cielo, dejando entrever, poco a poco, una superficie acuosa, cerrada en el horizonte por lenguas de tierra y arrozales. Cuando la luz es más fuerte puede entenderse el porqué recibió esta zona, el nombre de  “Espejo del Sol” de los árabes.

Es la Albufera de Valencia, el parque natural, el humedal, uno de los marjales más extensos que existen en la comunidad levantina, que se encuentra situada al sur de la capital, a tan solo diez kilómetros de distancia, y hasta la que se puede ir de muy diversas formas, y disfrutar también de muy diversas maneras, e incluso atravesar alguna de sus zonas por caminos rurales que se adentran en la superficie acuosa, y que permiten avanzar mirando hacia un horizonte donde se confunde la conjunción de los elementos, donde la naturaleza habla y atrae, donde la luz juega con el agua, poblándola de colores inverosímiles, de gotas que se elevan y caen al compás de una suave brisa que el viajero ha tenido la suerte de poder sentir en sus mejillas.

Fotografía: Ignacio Conejo

Despejado el día, viene muy bien el llegar hasta uno de los cuatro embarcaderos principales que en sus orillas se pueden encontrar: El Saler, Catarroja, Gola de Pujol, o El Palmar, y allí permitirse el lujo, sí, el lujo, da dar un paseo en barca para conocer más en profundidad el marjal, sus arrozales, su fauna y flora, avistar algunas de las especies ornitológicas que sólo pueden ser contempladas en este lugar. Bueno es escuchar las palabras de un barquero que cuenta mil y unas historias ocurridas, algunas inventadas, y otras leyendas, que le dan al paseo un significado nuevo, diferente al que puede darse en otros recorridos similares, si es que los hay en el país, cosa que, permítaseme, dudo. Pregunten por la historia de la “sierpe” y de su historia de amor con un pastorcillo.

Aquí, unas plantas en la superficie, allí, unas aves que se levantan: un poco más alejado en el horizonte, unos arrozales que emergen sobre las aguas, y… siempre, la luz, el sol iluminando la superficie del agua, sacándole un brillo especial. Con razón ha sido inspiración de numerosos artistas. ¿Quién no recuerda el maravilloso “Barco de la Albufera”  de Joaquín Sorolla?; o las impresionantes composiciones de Juan Ribera o de Jose Benlliure. ¡Y que decir¡ del maestro de la literatura Blasco Ibañez y de uno de sus relatos más desgarradores que muestra como era la vida en los alrededores de la Albufera, en su “Cañas y Barro”

Fotografía: E. Domingo

El paseo en barca se acaba, pero aún falta por conocer más de este humedal. Hay que ir hasta la pedanía de El Palmar, casi una isla, una lengua de tierra donde se puede degustar de lo mejor de la gastronomía valenciana, a la vez que visitar alguna de las barracas, de las casas tradiciones de los huertanos de la tierra. Allí, y para descansar de las emociones de la mañana, nada mejor que una buena paella que tenga en el fondo pegado ese arroz tostado, el socarrat, con el que rematar ese exquisito plato. También puede el comensal dejarse llevar y probar la anguila all i pebre, un guiso que acompaña a la anguila con ajo, pimentón y patata.

Atardece. El Sol comienza a iniciar su periplo diario avanzando hacia la tarde, hacia su desaparición en el horizonte. Ha llegado el momento de buscar un lugar apartado, un lugar donde solo se escuche el sonido de las aves o el suave golpear del viento en el agua y sentarse, respirar y prepararse para asistir a una puesta del astro rey increíble. Suavemente se va ocultando, y al sonido de las aves se une el croar de las ranas, y los movimientos de los otros animales que en el entorno de este magnífico lago natural habitan.

Fotografía: Antonio Marín Segovia

La noche ha caído, es hora de volver a casa, con una sensación diferente, con unos recuerdos únicos en la retina. Luz, agua, cielo, gotas en la brisa, colorido de una “estrella” llamada Albufera.

Texto: J. Felipe Alonso es  Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.

Fotografía portada: E. Domingo

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