Si te pregunto ¿qué es San Fermín?, tu respuesta brotará de inmediato, como el resorte de una trampa para ratones; una fiesta. Y, sin embargo, te equivocas. Puedes decir que el 6 de julio es una fecha y el 14 otra más, y que 9 días y 9 noches no son nada, un fugaz suspiro de verano. Pero yo te mostraré que es mucho más; una cita con una ciudad vestida para la ocasión, una casilla marcada en blanco y rojo en nuestros calendarios, un tomar aire y aguantar la respiración, un antes, un después y, sobre todo, un durante.
Porque el antes también es parte de los Sanfermines; cada peldaño de la “escalerica” nos va elevando hacia ese momento, encogiéndonos el corazón un milímetro y regalándonos 30 días menos de espera cada mes. Y, finalmente, llega el Chupinazo, que no es un acto festivo, ni una plaza a rebosar, ni siquiera una marea bicolor de latidos acompasados. Es una mecha que se enciende, una explosión y una onda expansiva de ilusión.
¿Y el encierro? Puedes llamarlo deporte, carrera o tradición, pero el encierro no son 6 toros acompañados por 6 cabestros. Tampoco son 825 metros de velocidad y mantener el equilibrio. Ni tampoco los aproximadamente 3 minutos de adrenalina que recorren nuestros cuerpos. El encierro es aventura, superación, instinto que nos hace correr por nuestras vidas, llenándonos de más.
¿Es la Comparsa una colección de disfraces centenarios? ¿Son solo Gigantes, Kilikis y Zaldikos recorriendo nuestras calles vestidos de alegría y color? Claro, pero también son los personajes que encarnan, sus peculiares personalidades y característicos movimientos, sus nombres propios que todo pamplonés conoce. Y La Pamplonesa no son tubas y trombones tocando al unísono, sino personas sintiendo al unísono lo que significa pertenecer a una banda centenaria y vertebrar el sonido de la ciudad.
De acuerdo, me dirás, pero, como cualquier fiesta, solo es gente y más gente que llena las calles de bullicio. Yo te contestaré que San Fermín somos las personas, las “peñas” que botan y cantan recargándonos a todos y todas de energía, las joteras, txistularis, dantzaris, bertsolaris, gaiteros, el guitarrista de blues y la cantante de funk, el batería de rock, el payaso, la funambulista, el equilibrista y todos aquellos que, a este lado del escenario, nos entregamos al espectáculo.
San Fermín son los txikis que ríen saltando en camas elásticas, que ponen a prueba su ingenio en juegos nunca antes vistos y siguen con mirada atenta la actuación de los títeres y marionetas. También son nuestros mayores, bailando suelto y agarrado y nuestros jóvenes bailando “trap” en la fiesta de la espuma.
Y, al final, inevitablemente te preguntas: ¿es el “Pobre de mí” una simple despedida? ¿Es un adiós? No lo es. Se trata de un “hasta la próxima”, un puente que nos invita a retomar nuestras vidas con la seguridad que da saber que ya falta menos para un nuevo San Fermín.
Texto: Julen Urbano Echavarri es filólogo y comunicador digital
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