Hace un tiempo que algo está cambiando en la ciudad. A golpe de escalera sanferminera, de peldaño en peldaño, un sentimiento se está apoderando, poco a poco, de las conversaciones de bar y oficina. Pamplonesas y pamploneses sentimos ya, en el estómago, lo inminente; la llegada de nuestras Fiestas.

Y finalmente llega el día, y llegan los trenes, y los viajeros se apean con ese mismo sentimiento de incertidumbre e ilusión, esta vez de golpe, adentrándose en la ciudad de las murallas abiertas.

Las primeras luces del día reciben su reflejo desde las calles húmedas cuyo frescor nos invita a despertar. La Pamplonesa y sus dianas, los carpinteros poniendo a punto el vallado del encierro, las madrugadoras y trasnochadoras o los corredores, nerviosos y expectantes, pueblan el escenario de la antesala del día.

Nos anudamos el pañuelo y nos hacemos un hueco en la multitud para ver el encierro, espectáculo lleno de riesgo, pero también de tan hondo significado en las personas que lo hacen posible.

Y así, la fiesta toma altura. Las peñas, incansables, nos contagian su música y su energía. Todos los colores están representados, todos los orígenes y maneras de vivir. Todos, aunados en los dos colores que exigen respeto a todas y a todos y ofrecen convertirnos en la esencia de la fiesta y lo que realmente conforma San Fermín.

Las calles nos sorprenden a nuestro paso. La tradición, los actos en honor al Santo, las jotas navarras, txistularis y gaiteros, los bertsolaris, aizkolaris y harrijasotzailes compiten por nuestra atención con títeres y marionetas, ruidosas barracas luminosas y teatro de calle innovador. Los más pequeños juegan, saltan, participan de la amplia oferta infantil mientras los adultos compartimos pintxos, vino y vida.

Y, de pronto, aparece la singular comparsa de cartón-piedra; Cabezudos, Kilikis, Gigantes y Zaldikos bailan jotas, vals y polcas. Y nosotros bailamos. Y los txikis se zafan de los golpes que Caravinagre lanza a diestro y siniestro. Y por todo Pamplona suena la música. Música antigua y música transgresora, música bailable, música cantable, música para pararse a degustar y música por la que dejarse llevar.

Al final del día, desde el parque amurallado de la Ciudadela, contemplamos los fuegos artificiales, nuestras emociones explotan y nos damos cuenta de que, cuando termina, es inevitable sentir un poco de “pobre de mí”, aunque ya falte menos para el próximo San Fermín.

Julen Urbano Echavarri es Responsable de Redes Sociales del Ayuntamiento de Pamplona / @SFerminOficial

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