Las calles se iluminan con sus luces de cera, mientras los costaleros cargan sobre sus espaldas los pasos, las obras de arte que representan, una y otra vez a los grandes protagonistas de la Semana Santa sevillana. Jesús del Gran Poder, la Esperanza de Triana o el Cristo de los Gitanos, entre otras esculturas que resumen en sus rostros y ropajes ese color especial que tiene Sevilla, esa devoción y magia que la acompaña estos días, y que viene siendo así desde el siglo XVI.

Camino de la Catedral, al compás que marcan los costaleros y acompañan los nazarenos con sus capuchones de penitencia, suena una saeta desde un balcón que rompe el silencio de la tarde, de la noche, o del amanecer.

Foto de Juan Carlos Guijarro Moreno en flickr

Una parada para que el paso sea admirado y más de un visitante intente acercase al manto de una Virgen, que recorre las calles bajo palio, para besarlo. Y más si es, nada más y nada menos, que la Macarena.

Desde los Jardines de Murillo, cruzando el barrio de Santa Cruz, por las laberínticas calles del casco antiguo sevillano; o desde la Plaza Nueva, todo confluye hacia una Catedral que engalanada espera recibir a los cientos, miles, de personas que acompañan la procesión, mientras sigue resonando otra saeta o un grito de alegría y viva a la tradición.

Imágenes barrocas con coronas de plata y oro; mantos labrados y túnicas de terciopelo que tan sólo dejan vislumbrar el rostro, las manos, y los pies de aquellos a los que con un movimiento penduleante avanzan por calles y plazas.

Y si es la procesión del silencio, su sonido impresiona por el constante marchar repiqueteando en el suelo los pasos de costaleros, nazarenos y acompañantes. Pero…también la música tiene su protagonismo

Sevilla vive, con su color especial, esa semana un colorido aún más acrecentado, más marcado, con un fervor que a veces puede parecer que raya en algo más, que va más allá de lo que sería normal, pero sus habitantes lo viven así, lo transmiten así a todo que se quiera acercar a la población, sea creyente o no.

Imagen de Luis Francisco Pizarro Ruiz en Pixabay

La ciudad cuenta con setenta y una hermandades que salen a la calle esos días, agrupando a cerca de 50.000 nazarenos, cada uno con su ropaje de diferente color, lo mismo que la capucha que cubre su rostro.

Quizás, tan sólo quizá, el momento más emocionante sea el de “la madrugá” (Jueves Santo de madrugada). Pues en ese momento es cuando hacen acto de presencia en las calles los tres pasos más venerados, ya mencionados, del Jesús del Gran Poder, la Macarena, la Esperanza de Triana o el Cristo de los Gitanos.

Colorido, música de tambores y trompetas, silencio, la saeta resonando desde el balcón, el arrastre de los pies, el silencio, los vítores a cada uno de los pasos; las flores arrojadas a su presencia en las calles, el olor al azahar…

Saeta al Cristo del museo. Foto de Pablo BM en Flickr

Pues sí, Sevilla tiene un color especial durante todo el año con su Catedral, su Giralda; sus Reales Alcázares; su Casa de Pilatos; el Ayuntamiento; los palacios de otros tiempos y sus edificios nobiliarios; la Plaza de España; la Torre del Oro; la Plaza de Toros; y, como no, su río Guadalquivir.

Pero en Semana Santa, ese colorido se acrecienta al añadirse al impresionante conjunto histórico y arquitectónico que ofrece la ciudad, su fervor, su magia y su sentimiento ante el paso de la Virgen, bajo diferentes nombres o del Cristo Salvador, que sufrirá el sacrificio para redimirnos de los pecados...

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Texto: J. Felipe Alonso es  Periodista y Escritor, estudioso de leyendas y costumbres.