Ese viaje en tren tan excitante, tan emocionante, tan hermoso, tan adrenalínico por momentos, no tiene un final feliz. Al menos no un final feliz como se entiende normalmente. Pero es el final adecuado, como una película redonda. Como un peliculón, un melodrama de Douglas Sirk o del mejor Almodóvar. El mínimo convoy que parte desde el nivel del mar en Diakoftó, en la misma orilla del Golfo de Corinto y asciende en una hora larga hasta Kalavryta, a más de 700 metros de altitud en el interior del Peloponeso, enseña mil historias mientras serpentea y escala, pero guarda la más conmovedora para el fin de trayecto.

Sale alegre este tren griego compuesto por tres vagoncitos, ahora modernos y dotados de aire acondicionado y hasta hace poco lleno de aromas antiguos, recorriendo los primeros kilómetros en llano. Pero al poco tiempo comienza su senda montañera por una vía muy estrecha, y por tramos parece que se despeñará sin remedio sobre el río que baja bravo, o que simplemente no acertará con los numerosos y estrechos túneles horadados a duras penas en la piedra hace más de cien años en una gesta ingenieril admirable. Apenas unos centímetros de holgura. Aunque se pudiera, no sería conveniente sacar una mano por la ventanilla. Mucho menos la cabeza.

Interraril a Grecia

Histórica locomotora del tren de Kalavryta, en la estación de Diakoftó.

Sube y sube, siguiendo la garganta de Vouraikós, casi mimetizado con la naturaleza. Y la vista de los pasajeros va desde los altos árboles a las profundas pozas y las frescas cascadas. Más vale no mirar abajo. El caminar es lento y más de una vez suena el silbato, porque algunos senderistas eligen la propia vía para hacer el camino de vuelta desde Kalavryta, degustando el peligro, que sobre gustos no hay nada fiable escrito.

Interrail a Grecia

Escuela Municipal hoy museo de la masacre.

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Memorial en el lugar del fusilamiento.

El tren de Kalavryta, ahora pasto del turismo familiar en verano, nació de un sueño de desarrollo en 1896. Unos 22 kilómetros de recorrido que funciona todos los días del año y en todas condiciones atmosféricas. Un logro extraordinario, con trechos dificultosos de cremallera, a una velocidad que no supera los 40 kilómetros por hora. Y que es mucho menor en los tramos de cremallera. Histórico, en todos los sentidos. Hermoso.

El pueblo, cuyo nombre viene a significar seguramente algo así como “fuentes buenas”, es en sí mismo un centro de turismo de invierno y sus construcciones son modernas aunque su edad es considerable. Kalavryta era un pueblo feliz y próspero hasta que les cayó encima la Segunda Guerra Mundial y con ella la atroz invasión alemana. La dominación nazi provocó la resistencia guerrillera, y la ejecución por parte de los milicianos de 70 soldados prisioneros alemanes conllevó una represalia brutal: unos 500 varones mayores de 14 años fueron apresados en el pueblo, encerrados en la escuela municipal y poco después sacados a las afueras y fusilados sin piedad ni, por supuesto, juicio el 10 de diciembre de 1943. Solo 14 hombres se salvaron porque se refugiaron bajo los cuerpos de los muertos. Las mujeres fueron encerradas en el colegio, que fue incendiado, aunque lograron escapar.

La escuela es ahora un emocionante museo memorial en donde se muestra cómo era la vida social de Kalavryta y su comarca (varias aldeas también fueron arrasadas) antes de aquel horrible suceso que acabó con el pueblo, y donde se puede conocer las circunstancias de la matanza. Y llorar ante las fotografías de niños y hombres poco antes de que fueran ejecutados.

“Kalavryta era un pueblo feliz y próspero hasta que les cayó encima la Segunda Guerra Mundial y con ella la atroz invasión alemana”.

 

En el lugar donde ocurrió la masacre, a 15 minutos andando desde el pueblo hay ahora una gran cruz y un monumento que recuerda a los mártires con un gran letrero: “Oji pió polemoi,  No más guerras”. El descenso vespertino por la misma vía se hace ya de otra manera, más entristecidos pero también más sabios. El viaje a Kalavryta no acaba nunca.

Texto y fotografías: M. Muñoz Fossati es PeriodistaSubdirector de Diario de Cádiz. Autor de ‘Un corto viaje a Creta’ (Anaya Touring) y el blog “Mil sitios tan bonitos como Cádiz”

Fotografía portada: Ose Tren Kalavryta.

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