El siguiente protagonista de Tren en las Venas no requiere apellidos ni otras florituras  para su presentación, con el nombre de pila basta; Víctor Manuel. Hijo del taquillero de la estación asturiana de Mieres y sobrino de trabajadores del ferrocarril, en sus recuerdos habita el tren como fuente de inspiración familiar para melodías y letras e, incluso, el título de un disco: El hijo del ferroviario. Querido por unanimidad en su tierra natal y, por extensión, allá donde su música le representa, iniciamos un viaje en su compañía por el itinerario de una vida que también es fiel reflejo de varias generaciones.

La cita es en la estación de Atocha de Madrid, donde Víctor Manuel aguarda a la hora acordada sentado en un banco junto a las esculturas de Antonio López, protegido por la mascarilla que la pandemia nos ha exigido portar durante meses. Así, en el saludo inicial comentamos que, gracias a ella, su rostro pasará desapercibido entre el gentío que viene y va, tanto en el interior como en el exterior de una estación que bulle a borbotones con sangre primaveral y actividad plena. Pero matiza que a él no le incomoda en absoluto que le reconozcan al paso y muestren admiración con cariño. Dicho queda. Como fondo y espacio para entrevistarle, nos dirigimos al corazón del ferrocarril, la sala del CTC (Control de Tráfico Centralizado), punto donde las líneas semejan arterias por las que el ferrocarril fluye como si lo hiciera por el cuerpo humano, maquinaria maravillosa en la que todo encaja con precisión milimétrica. En escenario tan apropiado, abrimos el telón para dar voz a todo un referente musical.  Arrancamos.

Proviene usted de una familia ferroviaria en su Asturias, patria querida. Detállenos sus orígenes.

Mi padre trabajó durante 40 años en el despacho de billetes de la estación de Mieres. Fue taquillero a la par que otros miembros de mi familia también vincularon su trayectoria laboral al ferrocarril. De hecho, uno de mis tíos fue factor de circulación en Ponferrada.

Formará por tanto el tren parte esencial de sus paisajes y vivencias desde niño.

En mis recuerdos de infancia y adolescencia siempre hay un tren de fondo. La vivienda familiar distaba a escasos metros de la vía del tren y el sonido del traqueteo a su paso era, por tanto, un ruido habitual de mi día a día. Lo curioso es que años después, la primera vivienda que tuve en propiedad se ubicaba en Torrelodones (Madrid) apenas a 20 metros de la vía del tren. La familiaridad de su sonido me ha acompañado varios años.

El tren ha sido un compañero fiel en el itinerario de su vida…

Por supuesto que sí. Más allá del trabajo de mi padre en la estación de Mieres, el campo de juegos con el grupo de amigos se ubicaba en el aparcamiento próximo a la estación. Parcela, por aquel entonces, sin apenas coches particulares donde jugábamos a la pelota y transcurría la mayor parte de nuestro tiempo libre.

¿Y cómo descubrió su vocación por la música?

Desde niño me recuerdo con inquietud musical. Mi hora preferida del día era durante la emisión del programa vespertino de radio que se emitía a partir de las seis. No me perdía uno solo y disfrutaba escuchando las canciones que los oyentes escribían y cantaban en directo. Entonces, me gustaba plasmar en letras vivencias personales, todo lo que el entorno me inspiraba: los paisajes, las costumbres, la familia. Sin embargo, no pensaba que tuviera una voz dotada para el canto. Pero todo cambió gracias a que decidí inscribirme a un concurso artístico en el Teatro Capitol. Me presenté con 15 años cantando una canción y tocando una armónica. Aunque no gané, llegué a la final.

¿A partir de aquel certamen decidió encarrilar su trayectoria vital destino al horizonte musical?

Entre el público se encontraba algún miembro de una banda que tocaba en fiestas locales. Me ofrecieron ser vocalista y ganaba 200 pesetas por cada actuación. Era feliz dedicándome a lo que me apasionaba y yendo de pueblo en pueblo.

¿Recibió usted el apoyo de sus padres para emprender camino por vías artísticas?

La verdad es que siempre sentí sus palabras de aliento y el ánimo necesario para dar rienda suelta a mi vocación. De hecho, me fui a Madrid con 16 años a estudiar canto y piano a casa de mi tía, que vivía en Chamberí. Mis viajes en tren entre Asturias y Madrid eran constantes y recuerdo que la nostalgia por mi tierra me invadía e inspiraba para escribir letras que, tras comprar partituras y contactar con editoriales musicales, cantaba en emisoras de radio hasta lograr grabar, canción a canción, un disco.

El reconocimiento del público le llegó gracias a que sus letras llegaban al corazón…

Sí, pronto fui consciente de que no era impedimento carecer de una gran voz para perseguir mi sueño de hacerme un hueco en el mundo musical, porque el público se identificaba y emocionaba con lo que cantaba. Recuerdo cantar “La Romería” y ver llorar a un compañero por lo que le transmitía. Pero el reconocimiento mayor vino cuando canté “El cobarde” en el festival de Puerto de la Cruz en Tenerife. La temática era sobre un soldado que desertaba de la guerra, influido por la lectura de las crónicas firmadas por Oriana Fallaci sobre la guerra de Vietnam en La Gaceta Ilustrada. Entonces yo hacía la mili y aquellas historias me impactaban. De ahí parte mi historia en la canción, la de un soldado que deserta y todo el pueblo le da la espalda, por lo que decide refugiarse en los montes como un ermitaño. Aquella canción sumaba en la puntuación el mayor número de votos, pero el gobernador militar la vetó, dándole el primer premio a otra carente de polémicas: “Tenerife tiene seguro de sol”.

Pero a partir de esa canción llegó su popularidad…

Por aquel entonces estaba haciendo la mili, y mi aspecto era diametralmente opuesto a la estética que se llevaba entre los grupos musicales de éxito, los Beatles, por ejemplo. Estaba rapado porque así nos lo exigían al ingresar, y el contraste era enorme. A los padres y abuelos, le parecía un buen chico… Luego, terminado el servicio militar obligatorio, me dejé crecer el pelo y llegué a tener unas buenas greñas…

En aquel disco se incluye su popular “Tren de madera”. Todo un homenaje al ferrocarril que le ha acompañado desde siempre.

Sí, fue una canción que recogía todo lo que significaba el ferrocarril, no solo para mí como hijo y sobrino de ferroviarios, sino que retrataba una época en la que el tren, tal y como expresa la letra, conducía al progreso y estaba cargado de historias personales y sueños. En aquel trabajo también incluí la historia de mi abuelo Vítor, que murió de viejo en 1970. Mi otro abuelo, Angel, fue fusilado en 1941 y está en la fosa común del cementerio de Oviedo.

En sus letras ha escrito, además de sentimientos y anhelos, parte de su biografía. También pasajes de su memoria que el tren dejó a su paso…

En mis canciones he recogido lo que veía y formaba parte de mi día a día. En una de ellas plasmo la historia de Delfina, la guardesa de las barreras de un paso a nivel que nos avisaba de cuándo pasar con seguridad. Un mañana supimos que había fallecido, y la noticia me conmovió muchísimo, entre otras cosas, porque era una mujer que pertenecía a mi mundo cotidiano, casi de la familia. Sin más datos, sentí mucho su pérdida y, supe recientemente, gracias a su hija y un recorte de prensa de la época, que Delfina perdió la vida por apartar y salvar a un borracho que cruzaba la vía de madrugada.

Una historia triste a la que dedica unas líneas en la canción “El hijo de ferroviario”, título que da nombre a un disco y en recuerdo a su padre, ¿verdad?

El comienzo de la canción ya es toda una declaración de intenciones: toda mi vida he visto pasar trenes… La letra recorre pasajes de una vida ligada al ferrocarril, la mía y la de mi padre, durante cuatro décadas expendiendo billetes en la taquilla de Mieres. De niño, creía que todo el dinero recaudado durante la jornada se lo llevaba después a nuestra casa porque se lo había ganado y le pertenecía… ¡Pobre inocente! También recuerdo que soñaba con dar la salida al Talgo como jefe de estación.

Tendrá usted anécdotas para parar un tren. Comparta, por favor, alguna que le resulte entrañable.

Debía de tener 6 o 7 años, mi padre me preguntó una tarde tras el colegio si quería ir hasta donde acababa el tren. Le contesté que sí. “Ahora pasa un tren de viajeros, vas a ir hasta San Juan de Nieva, pero cuando llegues, no te muevas de tu asiento porque a los diez minutos el tren comenzará a rodar y llegarás aquí, a la estación de Mieres y yo te estaré esperando”, me dijo. El viaje en total duraba tres horas. Vi que mi padre hablaba con el revisor, seguramente para decirle que me echara un ojo. Fui y volví con el culo apretado y cuando llegué a Mieres mi padre me estaba esperando. Desde lo alto me arrojé a sus brazos. Cosas que podían hacerse…

¿Ha regresado a sus paisajes de infancia?

Sí, pero no los reconozco. La estación de mi memoria ya no existe y, en su lugar, hay un apeadero ubicado unos metros más allá, curiosamente, más próximo a la casa familiar donde vivía junto a mis padres. Hace unos años me hicieron entrega en un emotivo acto en Monforte de Lemos de la primera nómina de mi padre: 1.200 pesetas.

¿Cuál es su relación actual con el tren?

Viajo cuando acudo a Barcelona, Sevilla y Valencia, ya sea por ocio o por trabajo. Por la comodidad que resulta partir y llegar al centro de la ciudad, además de la rapidez, no es comparable a ningún otro medio de transporte.

En territorio personal…

La nostalgia siempre ha dado frutos al género musical, pero no todas las letras llegan al corazón ni las melodías tienen alma. Víctor Manuel posee desde niño la habilidad para transportar vivencias propias hacia el lenguaje universal, ése que no atiende a idiomas ni a fronteras y que comprendemos todos porque toca la esencia, lo más íntimo y personal.

Tiene la autenticidad innata que no se fabrica, el gesto de quien podría ser el vecino de al lado, las cualidades del paisanu recién emigrado, la sencillez a pesar de la fama.  Por eso, en distancias cortas, sincronizar su voz con el imaginario popular que de él se posee, resulta simple a la par que entrañable.

Cuando habla del tren, le brillan los ojos y la sonrisa se le ensancha. Avelino el maletero, Delfina la guardesa, e incluso un hombre que se colocaba bajo el goteo del grifo de un vagón cisterna a beber chupitos de alcohol, vuelven para recuperarlos de aquellos tiempos donde alcanza y echa raíz la identidad de un cantautor que en 2022 regresa a los escenarios para cantar a la vida. Sin duda, Víctor Manuel ha visto pasar trenes toda su vida y se enorgullece de tener tren en las venas.

Texto: Verónica Portell es periodista

Fotografías. Miguel Ángel Patier

Descubra otras historias con protagonistas entrañables y Tren en las venas.