En Arnedo no hay tren, pero lo hubo. De hecho, llegó un 30 de abril de 1923, era un ferrocarril de vía estrecha que concluyó su actividad en 1966. Primero fue tren de mercancías entre las minas de Préjano y la estación de Calahorra a los Hornos vascos. Y fue de pasajeros hasta el Balneario de Arnedillo, (hay quien dice que el dueño del lugar hizo que el tren llegara desde su casa en el País Vasco hasta su propio balneario). También fue usado por las empresas del calzado para transportar materias primas y zapatos acabados. Y esa vía se convirtió en Vía Verde, conmutación que se ha dado en cientos de lugares de España, en los que antes eran vías ferroviarias y hoy caminos. La del Cidacos es recorrida por cientos de arnedanos a diario, haga frío o calor, llueva o nieve. Si bien en la parte de Arnedo esa vía verde abandona la vía original del tren para transcurrir por la ribera del río Cidacos. Pero la vía antigua se mantiene con su encanto añejo, y también es utilizada como camino para llegar a fincas, huertas, y para esos paseos de los que prefieren el sol, que la sombra de los grandes chopos del Cidacos. Y, precisamente esta vía, la mía, es la que en los momentos de soledad sugiere recuerdos y añoranzas y piensas: ¿pero cómo ha podido cambiar tanto la vida en mis 37 años? Ainnss si hablara esa vía!

“En la parte de Arnedo esa vía verde abandona la vía original del tren para transcurrir por la ribera del río Cidacos”.

Hoy dedico este post a esta vía por la que un día pasó ese tren que trajo la modernidad a la zona. Y me decidí por esto cuando este sábado leí una pintada en lo que fuera uno de los puentes por el que pasaba aquél tren que tantas historias encerrará. La pintada en sí reza: ‘No dejo de pensar en lo bonito que sería caminar cada día de tu mano…eres un príncipe, lo sé! (pero todo sin sus tildes necesarias, claro).

Y es que esta vía también es de enamorados y de los más romanticones a la vez que marranos que pintan fachadas… pero el texto no deja de ser cuqui, lo que me pregunto es si ese amor sigue, (la pintura es obvio que sí), y si el príncipe sigue siendo azul.

Vía Verde al recuerdo

Ese paseo ya lo hacíamos con nuestros padres en busca de una buena poza en el río Cidacos, con nuestras chanclas cangrejeras. Años más tarde lo recorríamos las amigas de preadolescentes en vacaciones de verano para ir a alguna huerta de alguna abuela a almorzar. Si la caminata es de 30 minutos como mucho, tardábamos más de una hora. Y es que o nos encontrábamos a abuelas de amigas en otras fincas y ya entrábamos y nos daban melocotones, o cerezas, o lo que hubiera producido la huerta; o la vecina de la abuela, (que no tenía que ser familiar ni nada), nos llamaba a gritos y nos daba un cacho de bocata recién hechito con sardinas de lata… (las latas no faltan nunca en estas que llamamos casillas). Total, que para cuando llegábamos a nuestro destino, estábamos llenas, y alguna dolorida, porque, o se habría caído en algún zarzal intentando coger moras, o se habría caído de culo al intentar subirse a algún árbol a por alguna pera! ( y por supuesto que las amigas la habríamos ayudado a levantarse, pero cuando hubiéramos acabado de reírnos cual hienas). Qué necesidad.

Luego llegó la época más adolescente y recorríamos esa vía (ida y vuelta al pueblo en paso ligero son 60 minutos), para bajar culo, y ya de paso… con buenos escotes para que nos diera el sol y mallas monísimas y apretadísimas nada deportivas. Ale, y así todos los días, a las tres de la tarde en verano, cuando más quemaba el sol, parriba pabajo, y esta vez sin pararnos en ninguna huerta, no sea que el azúcar del melocotón nos sacara de la dieta. Y si cogíamos moras, se probaba una, y las demás para la mamá para que hiciera mermelada (eso sí que se la comiera ella, nosotras estábamos pensando en cómo adelgazar, nada de meter mermeladas al cuerpo). Y ese era también el camino que recorríamos para contarnos ya de paso los ligues del fin de semana, no los nuestros, que también, pero casi nos interesaban los de todos los demás.

“Si la caminata es de 30 minutos, tardábamos más de una hora. Y es que o nos encontrábamos a abuelas de amigas en otras fincas y ya entrábamos y nos daban melocotones, o cerezas, o lo que hubiera producido la huerta”.

Luego llegaron los novietes, también íbamos con ellos… (a mi ninguno me pintó esa preciosidad contaminante). Y aunque no tuvieras ligue, seguías yendo con las amigas ya en la tarde noche para ver a qué nuevas parejas te encontrabas, (ahí ya daba igual la dieta, con bolsa de pipas en mano), y he de reconocer, que alguna amiga iba hasta en sandalias de cuña, (era mi época grunge, las zapatillas Adidas por las que matábamos al menos no reñían con el atrezzo).

Y luego llegaron los embarazos, recorríamos la vía parriba pabajo con el padre de la futura criatura al que te le quejabas todo el camino por tus múltiples afecciones (todas normales como si te pones azul, según el gine). Y al principio andabas y andabas para no coger peso, y al final de la gestación, para que el bebé bajara para abajo y naciera antes, (eso con el primero, con el segundo ya no te crees esos bulos y vas casi por obligación porque el primer crío quiere empezar a andar en bici, y acompañas al papi, aunque esperas en un banco, con bolsa de pipas en mano, claro). Luego llega el paseo por la vía con los carritos, ale, para que se durmiera el hijo o la hija y se callara un ratito. Y por la tarde volvías sola para bajar los cientos de kilos que te habías cogido en el embarazo, (que entonces piensas, ya quisiera ahora los de la época en que no comía moras).

Luego llega el paseo por la vía con los carritos, ale, para que se durmiera el hijo o la hija y se callara un ratito.

Y ahora estamos en la edad de volver a subir con amigas para seguir cotilleando, claro, para seguir bajando kilos, y para hablar de esta segunda o tercera edad del pavo en puertas de los 40. Y ya con súper ropa deportiva y térmica como si fueras a escalar el Everest, y te tiene que acompañar el móvil siempre claro, no sea que te llamen en ese preciso momento (para hacerte una oferta telefónica).

Ahora recorro también la vía con mi hija preadolescente de 9 años, que está más preocupada de que los leggings le queden de bien a muy bien, que de ir cómoda. También vamos solos en esos momentos necesarios de desconectar, y, curiosamente es el lugar donde te cruzas gente a la que saludas solo por verla ahí, porque probablemente la veas una hora después en el casco urbano o en el súper y ni te saludas (qué cosas!).

Y en breve, nos vemos recorriendo la misma vía para espiar a los hijos por si aún es la vía del amor. Pero claro, la pregunta que me surge ahora es, ¿nuestras madres nos espiarían también? ¿O las abuelas de los melocotones eran las inspectoras? Ains, ¿y si hablara la vía?…

Bárbara Moreno es Redactora en Noticias de La Rioja

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